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El peso del aire

En El viento sobre el lago, Mila Villanueva ofrece una serie de variaciones en verso sobre el I Ching. Toda una delicia para estos tiempos de incertidumbre

El peso del aire

Mila Villanueva es muy conocida en el mundo cultural valenciano, no solo como poeta, sino también por su labor como gestora cultural, realizada fundamentalmente desde la presidencia de la Asociación Cultural Concilyarte. De origen gallego, ya en su adolescencia se trasladó a tierras levantinas, donde, recientemente, ha publicado obras como Na distancia (2010), La luz de agosto (2011), A la luna de Valencia (2014) y Bajo la luna de Kislev (2015), las dos últimas aparecidas ya en el mismo sello editorial que El viento sobre el lago, la colección Concilyarte de la editorial Lastura. Además, Mila Villanueva ha coordinado diversas antologías y ha montado exposiciones de poesía visual y de haikus.

Antes de adentrarnos en los versos de El viento sobre el lago, que acaba de salir de las prensas, resulta imprescindible hablar, aunque sea brevemente, del I Ching, ya que es el principio que articula todo el libro de Mila Villanueva. El I Ching, uno de los textos más antiguos de la literatura china (sus primeros textos están datados en torno al 1200 a.C., cuando el rey Wen estableció los sesenta y cuatro hexagramas), es, en realidad, un libro oracular, también conocido como el Libro de las mutaciones o Libro de los cambios, y se encuentra repleto de misterio y poesía. En él todo parte de una línea original que, en un momento dado, se bifurca y da origen a la dualidad, a la necesidad de los contrarios, a la lucha entre los opuestos. Es, en realidad, un libro que ofrece respuestas que se pueden aplicar a la vida cotidiana y cuya forma final es el resultado de siglos y siglos de tradición.

El viento sobre el lago admite una lectura lineal, pero es cuando el lector accede a cada una de las sesenta y cuatro composiciones de una forma aleatoria, casual, cuando el libro adquiere todo su sentido. Como bien señala Antonio Méndez Rubio en el prólogo, «la conjugación de lo singular y lo común, de interior y exterior, la consigue Mila Villanueva mediante el recurso de reescritura y variación sobre el texto sin texto que se conoce como I Ching (o también I King, o YiJing), es decir, ese mapa imposible de consulta y convivencia, de edad milenaria, que en la antigua China devolvió a la gente la brújula mundana que a su vez mucha gente había ido elaborando en soledad y en compañía, bajo el sol o la lluvia, de mañana o en la niebla, durante un largo tiempo».

Un breve poema inicial, titulado precisamente I Ching, actúa cómo detonante o invitación a la lectura: «Encendido el candil, / en el silencio de mi cuarto / esparzo las varitas de aquilea. // La incertidumbre me asalta cada día. / La luna llena la ventana». A partir de aquí, el lector se encuentra con una serie de variaciones en verso sobre el I Ching, hasta un total de sesenta y cuatro composiciones breves bellamente ilustradas por Enriqueta Hueso y traducidas al chino mandarín por Daniel Barat de Llanos. Unas veces descriptivos, otras misteriosos, pero siempre bellos, los poemas de Villanueva suponen un I Ching renovado en el que encontramos resumido el mundo y nos reencontramos en él. Todas las respuestas se encuentran en sus versos, pero, ¿quién será capaz de formular las preguntas adecuadas?

Hay poemas de gran belleza, como el 4 ( Meng. Juventud), el 6 ( Song. Disputa), el 10 ( Lü. El porte), el 24 ( Fu. Regresar) o el 36 ( Ming I. Luz que se apaga), entre otros muchos, pero, como botón de muestra, basta con reproducir el último, el 64, Wei Ji: Inconcluso: «Más allá del río se encienden las hogueras. / Las inquietudes desaparecen. / Reconozco el tiempo del preludio / y en él reposo. // Pronto llegará el día / de volver a ver los crisantemos».

En definitiva, El viento sobre el lago supone una auténtica delicia lírica en mitad de estos tiempos convulsos y aciagos. A veces, regresar al origen permite seguir adelante.

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