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«Mono y esencia», la segunda distopía de Aldous Huxley

Como los caminos de la Providencia, también los de la literatura son inescrutables. Quién nos iba a decir que habría que esperar a la llegada del cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de Norteamérica para que 1984 se pusiera otra vez de actualidad. Los índices de venta del clásico de Orwell, que se han disparado desde que míster Trump ocupa el Despacho Oval, apuntan en esa dirección. Las distopías son hoy el fruto narrativo más demandado. Aunque ensayistas como Terry Eagleton nos han explicado que las culturas posmodernas carecen de una vocación real para la destructividad, y que su fascinación por el mal es de segundo orden, impostada, la reaparición de la distopía como subgénero político por antonomasia parece insinuar que huele mal, muy mal, en este mundo que nos rodea, y que las proyecciones de algunos de sus narradores apuntan a escenarios incluso más incómodos. En lengua inglesa, el término distopía está ligado a la personalidad de Aldous Huxley y a su obra Un mundo feliz, novela publicada en 1933 que posee mucho de seminal y que todavía hoy reclama sus poderes. A tal punto es poderoso el influjo de esta novela, que la mayoría de sus lectores ignora que quince años más tarde, en 1948, Huxley publicaría una segunda distopía, Mono y esencia. Las diferencias entre ambos libros son evidentes. En 1933 el mundo ha conocido el desastre de la Gran Guerra y comienzan a esbozarse las líneas maestras del totalitarismo; en 1948 el mundo no sólo ha conocido la actualización de dicho totalitarismo, que ha provocado una matanza de proporciones absurdas, la Segunda Guerra Mundial, sino que ha asistido a un colofón que supone un cambio decisivo en la historia de la Tierra: el desencadenamiento del poder atómico. Del Estado Mundial de Un mundo feliz, con su obsesión por el control eugenésico, los avatares farmacológicos y la función de la hipnopedia, hemos pasado al Reino de Belial de Mono y esencia, donde los estragos causados por la Tercera Guerra Mundial han conducido a un planeta que en el año 2108 vive tal involución que los niños ya no se decantan en laboratorio, sino que se arrancan literalmente de los úteros maternos, en una versión posapocalíptica que anticipa los escenarios salvajes, degradados y hostiles de fantasías como Mad Max. Sin embargo, el tono que Huxley emplea para cifrar esta distopía no es el drama ni el discurso forense, sino la sátira. Mono y esencia es una parodia de los abusos del poder. Su retrato de los detentadores -el Jefe, el Archivicario, los Postulantes- está perfilado con lápiz de trazo grueso. El hecho de que dos terceras partes de la novela adopten la forma de un guión cinematográfico ayuda a profundizar en esta sensación de burla cósmica. Y aunque Mono y esencia no alcanza la estatura intelectual de su predecesora, es un buen ejemplo que testimonia cómo los escritores han desconfiado siempre de la realidad. Quizá porque nadie como ellos se ha alimentado de sus frutos.

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