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Ironía y mito de la democracia

Una aproximación filosófica a los problemas de la democracia desde la interpretación irónica de sus mitos

Pablo Iglesias, líder de Podemos. efe

Es de sobra sabido que el nacimiento de la filosofía fue simultáneo al ocaso de los mitos. Pero aunque los dioses empezaran a abandonar el mundo por la puerta de salida que les señaló la filosofía, los mitos se quedaron en él para asegurarle una larga vida al logos triunfante. Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón son dos filósofos de la política que conocen muy bien esta historia. Por eso, desde la brillante introducción de su ensayo a cuatro manos nos convencen de la necesidad de los mitos para organizar esa retorcida forma de racionalidad que llamamos política. Más allá o más acá de las divinidades antiguas, y de las modernas, como la raza, la nación o la sangre, los mitos son indispensables para la supervivencia de la democracia. Ideales trabajosamente elaborados como la libertad o la igualdad encierran en su estructura conceptual una desbordante potencia mítica que da sentido a la acción política estimulando afectos y fortaleciendo vínculos comunitarios. La tesis de partida y de llegada de los autores es que esa condición mítica es índice y factor del carácter inacabado, siempre perfeccionable de esos ideales, incluido el de la propia democracia. La crítica de sus excesivas mitificaciones se vuelve, así, una tarea harto compleja, por más que este libro la despliegue con envidiable sencillez. Y es que, a diferencia de la definitiva disolución científica del mito como programa epistemológico, la refutación filosófica del mito como programa político parece una tarea inacabable, que reclama al mismo tiempo su elogio democrático como instrumento retórico abierto, inacabado y susceptible de continua reescritura. Por eso cada una de las estrategias de desmitificación ensayadas por Galindo y Ujaldón en este libro revela su reverso cautamente mitificador. Llevada a la discusión política sobre asuntos específicos, semejante tarea requiere situarse en lugares intermedios, intersticios poco frecuentados en el debate ideológico y, sobre todo, una notable capacidad de distanciamiento hacia los argumentos propios y ajenos. Desde antiguo tal capacidad se confió a la figura retórica de la ironía, que muy pronto se convirtió en atributo del genuino ethos filosófico. Los autores desarrollan, efectivamente, su trabajo con el mito político como un ejercicio de ironía democrática, que inscriben en la tradición del pensamiento liberal. Desde su liberalismo, a contracorriente de las letanías neoliberales y antiliberales de nuestro tiempo (cf. su anterior La cultura política liberal, Tecnos), escogen diez mitos de la democracia que abarcan ideas fundacionales (Libertad, Igualdad, Pueblo), instrumentos de resistencia (Manifestaciones) o polaridades dudosas (Izquierda/Derecha; Privado/Público). Sus diez incursiones mantienen una misma tensión dialéctica, además de una misma distensión retórica, que lleva de la refutación hacia el elogio mediante una escritura resuelta a esquivar toda posición política previsible. Ciertamente, el subtítulo Contra la demagogia y el populismo permite adivinar contra quién van dirigidas en primera instancia sus desmitificaciones. El capítulo sobre las manifestaciones, con su normativa distinción entre buenas y malas, es bastante explícito. Pero no lo son menos aquellos que desbaratan las creencias neoliberales en el a priori natural de la libertad individual o en el anarcocapitalismo de una sociedad sin Estado. El capítulo sobre la educación «en, de y para los valores» es de una exquisita maldad, aunque se acerque más de lo que quisieran a cierta crítica neomarxista contra la pedagogía socialdemócrata y neoliberal. En todos los casos la ironía de los autores tiene como horizonte una defensa, si no mitificación, de las instituciones políticas, a las que con todas sus deficiencias, consideran urgente defender de los ataques recibidos por diestra y siniestra. El argumento à rebours de que este institucionalismo pueda verse amenazado hoy por el fin del bipartidismo es bien cuestionable. Pero de lo que no cabe duda es de que estamos ante un trabajo de obligada lectura para entender, fuera de las consignas al uso, el significado actual de una concepción liberal y republicana de la política.

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