El 12 de abril de 1945 Harry Truman se convirtió en presidente de EE UU. Era candidato por el Partido Demócrata. Decidió usar la bomba atómica contra Japón, matando a 220.000 personas, la mayoría civiles inocentes, de una sola vez, generó una doctrina anticomunista que se denominó doctrina Truman, creó la OTAN, entró en la guerra de Corea y pilotó una administración altamente corrupta, lo que provocó que, en 1952, los republicanos le relevaran en el poder. Su nivel de aprobación pública fue bajísimo y marcó un hito, sólo superado 50 años después. Con todo esto en su haber, no serían los demócratas, precisamente, los adalides de los valores enarbolados por la izquierda que actualmente los aúpa como ganadores morales.

Justamente en esa época del demócrata Truman surgió el macartismo. El macartismo constituyó el objeto contra el que construir la intelectualidad, lo mismo que en España, que advino a este juego con retraso, llegó a decirse, en la posterior época de decadencia intelectual: «Contra Franco vivíamos mejor». En 1953, Arthur Miller tuvo gran éxito con Las brujas de Salem como metáfora de lo que estaba ocurriendo en el mundo intelectual norteamericano, donde se habían posicionado los macartistas en el Gobierno atacando inmisericordemente a todo representante directo o indirecto de filiación comunista, con la fuerza que daba la sangre derramada en la guerra de Corea, que era una guerra anticomunista, el surgimiento de Mao en 1949 y la carrera nuclear soviética. Existía una atmósfera tensa y amenazadora y ese es el mejor caldo de cultivo para que las ideas atacadas y sus mártires se engrandecieran ante la opinión pública afín, adquiriendo el carácter de heroicos.

Contradictoriamente, un hombre sensato como Robert Oppenheimer, factótum de las bombas atómicas, se oponía a la bomba de hidrógeno, y entre tanto, los adalides de la justicia a los que se vinculaban los perseguidos por el macartismo, los comunistas rusos, creaban la bomba de hidrógeno más grande nunca vista, la bomba del Zar, que explosionó el 30 de octubre de 1961, tres mil veces más potente que la de Hiroshima.

Humphrey Bogart, Dalton Trumbo, Lauren Bacall, Gregory Peck, Katharine Hepburn, Kirk Douglas, Burt Lancaster, John Huston, Orson Welles, Charles Chaplin o Frank Sinatra, se erigieron en defensores de la libertad. Bertolt Brecht o Edward Murrow, desde otros ámbitos no faranduleros, también luchaban contra la cortedad intelectual del macartismo. Del lado de los perseguidores estaban Cecil B. DeMille, Gary Cooper, Ronald Reagan, Robert Taylor, Walt Disney o Elia Kazan.

Se quiere hoy en día resucitar ese mismo espíritu de lucha contra el Gobierno de lo injusto, representado por Donald Trump, de forma que un discurso políticamente correcto como el de Meryl Streep, o las proclamas de Scarlett Johansson, Martin Sheen, Julianne Moore, Miley Cyrus o Robert de Niro prometiéndole un piñazo a Trump, intentan producir los mismos efectos que los que en los años 50 a 70 se consiguió liderar con el antimacartismo y la contraopinión a las guerras de Corea o Vietnam. Aimée Mann o REM han publicado canciones anti Trump, y Adele, Neil Young o Aerosmith le prohibieron que pusiera su música en sus eventos. De 16 películas generadas sobre Trump, solo una, El arte de la negociación, libro de Trump, no lo trata como un millonario inculto, bruto, machista y racista. Stop Trump!, de Carlos Altamirano, Trumpland, de Michael Moore, You Got Trumped, de John di Domenico; Julieta Venegas y Miguel Bosé en concierto en San Diego. Esculturas burlonas de Trump por el colectivo Indecline, en varias ciudades estadounidenses. Una performance de Plastic Jesus, artista callejero que ha intervenido señales de tráfico con No Trump Anytime, quien construyó un muro alrededor de la estrella de Trump en el Paseo de la Fama de Hollywood donde se lee: «Dejad de hacer famosa a gente estúpida». El libro infantil A Child's First Book of Trump, de Michael Ian Black, donde se identifica a «la bestia» por su «piel naranja brillante y su figura rechoncha». Ensayo sobre la imbecilidad, libro del profesor de la Universidad de California Aaron James, quien tacha a Trump de «imbécil», «bobo» y «payaso». En Le Poisson Rouge, la obra teatral Trump: a Theatrical Concerto, con los fragmentos más polémicos de Trump. The Drumf and the Rhinegold, otra obra de teatro en Nueva York, que parodia El anillo del Nibelungo, de Richard Wagner, con una alianza robada por el hombre más poderoso del mundo, y con tres enemigas, que llevan el nombre de sus tres exmujeres. Tres versiones en el East Village de La resistible ascensión de Arturo Ui, sátira de Bertolt Brecht. Cómicos como Mike Daisey, y otros semejantes que imitan a Trump, se están literalmente poniendo las botas...

Si analizamos la circunstancia histórica de estas actitudes, siempre hay un enemigo sobre el que pivotan las proclamas faranduleras o los acompañamientos textuales e intelectuales como los de Stiglitz o el de Krugman, al estilo de Zola, para arrumbar a quien debe concentrar el arquetipo subjetivo de la maldad de la élite opresora. El enemigo es, actualmente, la guerra contextualizada en el Oriente Medio y que cruza desde África hasta el Mar de China. Sin embargo, esa no ha sido la guerra de Trump, sino la guerra del demócrata Obama, Premio Nobel de la Paz, cuya segunda ha sido Hillary Clinton, y que en el último año 2016 ha lanzado 29.000 bombas en los distintos escenarios militares en los que han participado en el planeta. Pero el malo, malísimo, es Trump. No estamos hablando, pues, de una realidad, sino de una pseudorrealidad fabricada por los mass media, en manos de los detentadores del denominado pensamiento de lo políticamente correcto.

De esta forma se genera una actitud en los faranduleros que ya se intenta tildar de Macartismo Inverso, en la que la fuerza de los representantes del show quiere un statu quo, en tanto que la otra fuerza de los comerciantes y las clases trabajadoras quiere recuperar un bienestar perdido. El hecho de que las frases emitidas por ambos sean insultantes (el piñazo de Robert de Niro versus los adjetivos de Trump) indica el calentamiento previo al enfrentamiento, un enfrentamiento donde el statu quo está en el lado contrario de la vez anterior, y la renovación viene de los denominados populistas, es decir, de quienes se encuentran ante un panorama sin valores que les nutran de orgullo y dignidad.

El líder de USA, Donald Trump, no es una lumbrera filosófica, como tampoco lo es Putin, o Xi Jingping, o los Le Pen, Wilders, Orban, o siguientes que pronto dominarán en Europa. Los líderes de los países vuelven a ser aquellos que ofertan a las masas el arquetipo de violencia y dignidad que necesitan para entender que no están a merced del abandono. Pasó en la primera mitad del siglo xx, y si analizamos la historia de la humanidad, pasa continuamente, que cuando el comercio cede y el ocio y el consumo desmotivan el espíritu apolíneo, vienen la ira y los atributos de Marte. Los gobernantes actuales proponen nada, a raíz de la erradicación del valor y a través de legislar y acallar con códigos penales el odio natural que han de mostrar las masas ante la racaille que inunda las identidades históricas. Cualquier sociedad de comerciantes y ociosos es blanco fácil y obligatorio de los barbaros, y estos inmediatamente vienen a vandalizar, destruir y violar. Es un principio como el de Arquímedes, pero sociológico. Y ese es el terreno en el que crecen los líderes que encauzan la ira de los ciudadanos.

La farándula y los intelectuales están fuera de la realidad, forman parte de la decadencia consumista, y los pocos que propugnan la ira son racaille con manifiestos comunistas e ideologías de clase que tienen muy mala prensa y suenan como un cuarteto de cuerda medieval.

La anterior crisis neoliberal comenzada por Reagan y Thatcher, en medio de un mar de dictaduras tercermundistas agobiadas por el monetarismo, que al final produjo una élite de neocons de corte trotskista porque apoyaban la revolución permanente desde las élites liberales, ahora trae una idea más novedosa, el anarcocapitalismo y el libertarianismo, en medio de un mundo transhumanista. Al lado de estas ideas todavía no testadas en la realidad, los comunitaristas y socialdemócratas podrán parecer asmáticos. Peter Thiel es uno de los asesores cercanos a Trump, creador de Pay Pal, y en el origen de Facebook, Airbnb, Linkedin, Palantir o Spotify. En 2009 escribió para el Instituto Cato: «Estoy en contra de los impuestos, de los totalitarismos y de que la muerte sea inevitable para todo el mundo. Me sigo calificando como libertario. Lo más importante es que ya no creo que libertad y democracia sean compatibles». Este libertarianismo, formalizado en su momento por Ayn Rand, propugna que el individuo humano está por encima de la sociedad, que el Estado ha de reducirse a la mínima expresión, que los impuestos directos han de eliminarse, que los tratados de comercio internacional han de suprimirse, que la propiedad privada es sagrada y máximamente penalizable atentar contra ella, que los monopolios han de ser permitidos y la competencia es para proteger a los perdedores, y que hay que reducir la intervención exterior en los conflictos.

Donald Trump, pues, ha generado una fórmula vital que va en busca del éxito, con estilos parecidos a los de los textos de autoayuda heredados de Dale Carnegie, o casi del transurfing financiero, muy bien descrito por Vadim Zeland: «La gente rica cree: yo creo mi vida, la gente pobre cree: la vida me sucede», «la gente rica juega el juego del dinero para ganar, la gente pobre juega el juego del dinero para no perder», «la gente rica se enfoca en las oportunidades, la gente pobre se enfoca en los obstáculos», «la gente rica elige ser pagada basándose en sus resultados, la gente pobre elige ser pagada basándose en el tiempo», «los ricos tienen su dinero trabajando duro para ellos, los pobres trabajan duro para su dinero»... Donald Trump, Bachelor of Science en la Universidad de Pensilvania, acuñó la expresión «IQ financiero» (coeficiente intelectual financiero), como detalla en su libro Queremos que seas rico, escrito junto a Robert Kyosaki, publicado por Aguilar y Santillana, de Prisa editorial, en 2012.

Y esa personalidad ha sido la elegida por la mitad de los estadounidenses, generando un antagonismo que impulsará las dos próximas décadas, que serán fatídicas para las generaciones de lo políticamente correcto, las cuales, por su estomagante intolerancia, han logrado atraer a lo incorrecto como tabla de salvación y seña de identidad.

Todo pivota, pues, alrededor del arquetipo Trump como libertador, así como otros personajes afines que invadirán, tarde o temprano, la escena hasta ahora ocupada por unos representantes de democracias etnocéntricas, que han despreciado otras formas de gobierno, pero también han tocado techo y tocan a rebato. Cada grupo enarbola sus valores: de un lado los faranduleros y los funcionarios, y del otro los empresarios y los militares. La cultura se dio de baja, y si quiere sobrevivir, que se apreste a mudarse de bando, como siempre lo ha hecho. Siempre hay un lugar en la historia para los boabdiles.