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Amor en conserva

Así es la ternura

El cronista, como espectador, ha visto cientos de veces esa historia de los jóvenes rebeldes que se enfrentan a sus mayores y viven un tremendo conflicto que suele resolverse con un topicazo tan mayúsculo como eficaz: mediante el instante en que los maduros regresan a su propia biografía y descubren que también ellos, en sus años verdes, fueron unos «tocapelotas», amantes de las novedades y, en lo concerniente al arte y la cultura, unos voraces defensores de todo cuanto implicaba un riesgo expresivo o una ruptura con las convenciones.

Cuento esto porque acabo de recibir un estupendo regalo navideño: un pack de Theo Angelopoulos con cuatro de sus películas más representativas: Paisaje en la niebla (1988), El paso suspendido de la cigüeña (1991), La mirada de Ulises (1995) y La eternidad y un día (1998), acompañadas de un interesante material adicional con declaraciones del autor. El regalo, cómo es de suponer, me lo han hecho mis hijos. Y uno lo ha recibido con cierta maligna sorpresa, sabedor de haber comentado, muchas veces, su escasa afición al realizador griego y alguna que otra maldad en torno a su obra, producto, sin duda, de una visión superficial de la misma, visionada en un momento de la vida en que solo se encontraba para ver experimentos con gaseosa. Angelopoulos se me antojó siempre un tipo interesante por su manera de concebir el cine, pero un tanto pesado y, en ocasiones, no menos pedante. Uno de esos directores que parecen concebir sus obras para exhibirlas en algún festival de prestigio, plagado de críticos franceses hambrientos de enormes transcendencias.Sin embargo, cómo en las películas -la vida es cine- surgió el chispazo del recuerdo y me vi recomendando a mi difunto señor padre algo de Jean Luc Godard, de Glauber Rocha o de Carlos Saura, tan apreciados en mi juventud, y de los líos, discusiones y mutua incomprensión que aquello ocasionaba.

Decidí recibir el obsequio con una sonrisa y elegir el momento oportuno para una reconciliación con la familia: las horas nocturnas y tranquilas de estos días invernales y en la más absoluta soledad, consciente de que a Angelopuolos había de seguirle con la misma determinación y tranquilidad con la que uno afronta la obra de William Faulkner o de Thomas Mann. Y ahí estaba Theo, un hombre que filma con la libertad con la que se enfrenta el poeta ante el papel, huyendo de todo efectismo para tratar de entenderse a sí mismo, a su país y su historia, que es la de la Grecia milenaria y la del ardiente conflicto que siempre quema en los Balcanes. Un artista con un estilo propio e inconfundible, de largos planos secuencia, de ritmo lento, de cuidada fotografía, siempre melancólica, retratando la nieve y la lluvia, los paisajes neblinosos de su entorno y de su vida interior.

Decir que La mirada de Ulises es una reflexión autobiográfica que bebe en las fuentes de La Odisea, que es una película «difícil», que emociona en cada fotograma para obligar al espectador a recomponer esas piezas narrativas y tratar de entender su discurso interior una vez visionado el filme, creo que no debe suponer una novedad para cuantos conocen a Angelopoulos. Insistir en que La eternidad y un día, arranca de idénticos presupuestos, para tratar de narrar las últimas veinticuatro horas de la vida de un escritor, que busca el sentido último de su existencia, tampoco es un gran descubrimiento. Pero decir que este filme es, en realidad una exaltación de la ternura como redención vital, puede que sea una aportación para facilitar su comprensión y un estimulo para adentrarse, sin rollos metafísicos, en la implacable belleza que esconde todo discurso complejo e inteligente.

El encuentro del viejo escritor con el niño albanés que se busca la vida como «limpia parabrisas» en Grecia, sin un atisbo lacrimógeno, la oración fúnebre que éste le dedica a Selim, su amigo muerto en un destartalado hangar portuario, es de una maestría increíble y la clave de todo el filme, intentar descubrir lo que dura el pasado y el mañana: La eternidad y un día. Toda una lección que ahora llega de estos hijos, que han tomado el relevo, y se han puesto a contar el futuro a unos padres que, sin darse cuenta, se habían aficionado demasiado a los blockbusters.

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