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El poeta y su biografía

Publica Lumen una nueva edición de la poesía de Alejandra Pizarnik, preparada por Ana Becciú, quien ya se había encargado de la edición de sus Diarios. Como siempre que uno habla de Pizarnik, es inevitable mencionar el suicidio de la escritora. En la madrugada del 25 de septiembre de 1972, Pizarnik, que entonces tenía treinta y seis años, se quitó la vida con una sobredosis de Seconal. Desde entonces, no ha dejado de aumentar el interés por su persona y, naturalmente, por su poesía, una poesía desesperanzada y a menudo trágica, que atrae a miles de lectores.

Afirmar que la fama de Pirzanik se debe al suicidio no sería justo; su obra ya había despertado interés en vida de la escritora, y el propio Octavio Paz prologaría su libro Árbol de Diana. Pero no cabe duda de que las circunstancias de su muerte atrajeron la curiosidad del público hacia su figura. Precisamente de ello se queja Ana Becciú, la editora, para quien resulta «curioso que se siga insistiendo en la poesía de Pizarnik como una especie de autobiografía o del relato de una mártir, una dolorosa como la de las estampitas que los curas entregaban después de misa».

¿Hasta qué punto la biografía de un poeta influye en la percepción de su obra? El hecho resulta inevitable cuando se dan circunstancias trágicas o excepcionales. Lo vimos, años atrás, con la muerte de Sylvia Plath, cuyo eco todavía nos alcanza; y antes con Pavese, o, más tarde, con Passolini. Entre nosotros, acontece a diario con Miguel Hernández: sin las circunstancias de su muerte en la cárcel es probable que el interés del público fuera diferente.

Valéry consideraba que las circunstancias de la vida de los poetas eran «un conocimiento inútil, cuando no nocivo, para el uso que debe hacerse de sus obras, ya consista éste en el goce, ya en considerar los conocimientos o problemas de orden artístico que nos plantean». Me temo que el juicio de Valéry no sea tomado en cuenta por los miles de seguidores de Pizarnik o de Hernández. Como ya advirtió Cunqueiro, en su día, «se entra en Sylvia Plath como quien entra en una religión».

ESCRITURA Y VERDAD

Leo una entrevista a la escritora francesa Annie Ernaux, que acaba de publicar en nuestro país Memoria de chica. Ernaux ha hecho de su vida la materia de sus libros, con los que ha logrado un notable éxito. En un momento dado, y a la pregunta del periodista, la novelista responde: «Escribir no sirve para nada si no se llega al fondo de la verdad». Por un instante, quedo desconcertado por la respuesta. La literatura está llena de falsedades que suenan verdaderas a nuestros oídos. ¿No es ese, acaso, el misterio del arte? La verdad de la literatura y la verdad de la vida son cosas distintas, aunque puedan confundirse y en ocasiones parezcan la misma cosa. Pero quizá la afirmación tenga sentido en la literatura que practica Ernaux: una escritura de indagación sobre uno mismo en la que, procediendo a la manera en que lo haría un arqueólogo, el autor retira sucesivas capas de sedimento hasta alcanzar los últimos estratos y quedar desnudo.

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