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Los límites de la amistad

Una velada de un grupo de amigos, heridos por sus fracasos emocionales y envueltos en un juego de mentiras y verdades

Artes escénicas

La historia de Animals de companyia es curiosa. Se estrenó en más de 60 domicilios particulares de Cataluña ante la constante negativa de las salas de pequeño formato, luego estuvo de gira en algunos países de Centroamérica y finalmente se representó en Barcelona con éxito hasta el punto de ser publicitada como la comedia revelación de la temporada. La creación del texto fue a la usanza del teatro independiente, un grupo de actores jóvenes avanzaba en la creación del espectáculo mediante emociones hasta que la dramaturga Estel Solé (Molins de Rei, 1987) fijó el texto a partir de los ensayos.

La obra cuenta el desarrollo de una cena sorpresa en honor a Beth, la cual regresa a casa después de dos meses de hospitalización por culpa de un trastorno psiquiátrico, generado por una separación sentimental abrupta. Los amigos comensales son incapaces de decirle de buenas a primeras la dura verdad de lo que ha sucedido y optan con precipitación por esconder dicha verdad tras una mentira piadosa (un tanto ingenua), aunque ello implique pisar terreno resbaladizo. Estamos ante la crónica desencantada de una generación, un ácido cóctel de sueños no materializados, rutinas perniciosas, traiciones domésticas, insatisfacciones emocionales, de exploraciones de los límites de la amistad y del valor de la sinceridad. El dramaturgo David Plana, en el prólogo, añade a estos ingredientes la desintegración de los vínculos sociales, una desengañada panorámica de las relaciones amorosas y la proliferación de las falsas apariencias.

Amarga comedia

Solé, formada en el Obrador de la barcelonesa Sala Beckett con el argentino Rafael Spregelburd y Alfredo Sanzol, bebe de la comedia de enredos y del vodevil, de Tennessee Williams, pero también de la alta comedia de José López Rubio y Edgar Neville. La pieza, estructurada en tres actos y con unidad de tiempo, espacio y acción, comienza in media res y, al final de primer acto, ya se plantea el conflicto. El interés de la obra surge a partir del segundo acto, precisamente en el cómico uso de la suplantación de identidades y del nutrido juego de equívocos y en la resolución de dicho conflicto.

Animals de companyia posee la carpintería teatral necesaria para que funcione como un reloj, una tensión dramática medida y efectiva y unos personajes que cambian de máscara. Solé ha sostenido que «la soledad y la necesidad de afecto nos convierte en animales de compañía», pero por culpa de la soledad no podemos olvidar que la mentira (por muy piadosa a lo Unamuno que sea) no tiene futuro.

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