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La ley del mar

Pérez-Mallaína bucea en las rutas de las Indias Occidentales y muestra que, cuando un barco se hunde, salen a flote los conflictos

Este libro versa sobre la actitud de los hombres ante un desastre naval, ocasionado por fuerzas naturales o accidentes imprevistos, en el tráfico transoceánico entre España y América, en lo que es una introspección en el alma humana y en los conflictos de corte social, económico y administrativo. La obra se divide en tres partes: en la primera, se estudia la compostura de los hombres expuestos al peligro de fallecer en el mar; en la segunda, se interpretan las pérdidas humanas que el naufragio conlleva desde el punto de vista de los supervivientes, de los familiares y de las instituciones vinculadas a las embarcaciones; y en la tercera, se detalla el provecho que algunos hombres sacan de la desgracia naval.

El autor explica algunos de los recursos de los tripulantes para superar los peligros de las tempestades, como las bombas de achique o la navegación en convoy. Pérez-Mallaína afirma que, en caso de hundimiento, lo primero que se sube a las barcas son las cajas de oro y plata del rey (de poco volumen y mucho valor), después el azogue, las bulas y la ropa. La nobleza de los metales imponía su ley. En cuanto a la tripulación, solían tener preferencia los clérigos sobre los pasajeros y la prioridad de salvar a mujeres y niños primero no se llevaba a cabo (sociedad misoginia). No obstante, los que más opciones tenían de sobrevivir eran los oficiales de mar y el orden social se rompía demasiado a menudo entre la confusión límite del desastre.

El perjuicio de los corsarios a la flota accidentada «no consistió tanto en la cuantía de la plata capturada, sino en los retrasos de la llegada de las flotas y las consiguientes crisis financieras que esto produjo». Tras un naufragio, la Corona se encargaba del rescate, sobre todo para asegurar la recuperación de su parte del codiciado botín. Cuando se buscaba a un responsable que pagase las culpas del naufragio, las miradas se centraban en el almirante de la flota y en el piloto de la embarcación, sobre todo si en su actitud se evidenciaba cobardía ante el enemigo. La presunción de inocencia estaba limitada a los nobles. La mayor parte de los hundimientos se produjo en la cercanía de los grandes puertos y, para que se produjera el pillaje, el casco del navío debía quedar intacto y visible, aunque a veces el robo lo cometían los supervivientes, porque, como sostiene con criterio Pérez-Mallaína, «las autoridades de los puertos cercanos consideraban a los marineros supervivientes como seguros ladrones de la carga de los buques». La soldadesca era «como una plaga de langosta». Finalmente, se analizan casos de dueños y maestres acusados de hundir sus propios barcos o naufragio voluntario, como los del navío Nuestra Señora de las Angustias y la nao San Antón, perdidos en Portugal. El libro es una perla para los amantes de la historia, no solo por la envidiable calidad de la edición, sino por las ilustraciones que acompañan un texto de prosa límpida, dotado de ciencia y rigor. Recomendable.

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