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Elogio del tsundoku

Jesús Marchamalo muestra en Reinos de papel las bibliotecas de veinte destacados escritores contemporáneos

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Empezaré con una afirmación tal vez un tanto exagerada, pero cierta: hacía tiempo que no me gustaba tanto un libro. No solo por lo entretenido y agradable de leer que es, ni por lo plagado de estupendas fotografías que está. Me ha encantado, sobre todo, por la sensación de alegría, de gozo y de satisfacción que me ha dejado su lectura. Por volver a confirmarme eso que ya sospechaba: que, ante la inmensa mediocridad, ostentosa incultura y peligrosa ausencia de pensamiento crítico que encuentro día tras día entre aquellos que nos gobiernan, o que están deseosos de hacerlo, el único partido al que me adscribo, la única sociedad en la que quiero habitar, la única patria con la que me identifico, el único reino al que pertenezco es el de la lectura, la conversación, el conocimiento y la curiosidad.

Jesús Marchamalo nos propone en estos reinos de papel (hermano siamés de aquel Donde se guardan los libros, publicado en 2011 también por Siruela) un paseo por veinte bibliotecas de otros tantos escritores españoles contemporáneos. Si, como decía Marguerite Yourcenar, la mejor forma de conocer a alguien es ver su biblioteca (o, en palabras más explícitas de John Waters, «no te folles a nadie que no tenga libros en casa? y no, no cuentan los dvd»), este libro es una inmejorable manera de conocer los gustos y manías literarios (es decir, la vida) de personajes como Luis Antonio de Villena, Félix de Azúa, Marta Sanz, Luis García Montero o el gran Miguel Delibes.

Este volumen, como gran parte de la obra de Marchamalo, supone una reivindicación de esos lugares maravillosos que son las bibliotecas y de sus inquilinos, los libros. Especialmente, las bibliotecas privadas, esos laberintos cálidos y confortables donde podemos pasarnos horas enteras intentando comprender el sentido y el orden oculto del mundo. Esos templos domésticos y acogedores donde descubrimos los avatares de una biografía, con sus modas, mudanzas, uniones, rupturas y cambios de humor.

Existe una intraducible palabra japonesa (tsundoku) que designa la acción de comprar libros que sabemos que no vamos a leer ahora, y tal vez nunca. Es un vicio menos caro que otros y mucho más saludable. Con dos buenos amigos tenemos la costumbre de intercambiar por el móvil fotos de todos aquellos libros que nos vamos comprando cada semana (bueno? siempre nos ocultamos alguno). Puedo asegurar que, pese a todas las cosas que nos puedan separar, pese a las divergencias políticas, sociales o culturales que tengamos, ese amor por los libros en su doble vertiente de contenedores de saber y de objeto fetichista («Los libros son para olerlos, y luego, se pueden o no leer» decía César González Ruano), crea un vínculo de complicidad, de hermanamiento y de identificación que difícilmente podrá entender quien no comparta este vicio. Aunque, si has llegado hasta aquí, no creo que sea tu caso.

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