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Dibujando a García Lorca

Nueva York ha sido siempre una ciudad destinada al asombro y la sorpresa, a provocar una suerte de conmoción o de catarsis en los viajeros europeos que han atravesado el Atlántico y han descubierto la verticalidad de Manhattan, el bullicio de sus largas avenidas y sus gentes, el ajetreo babilónico de la urbe que, dicen, no duerme jamás. Le ocurrió a Josep Pla, a Ángel Zuñiga, a Muñoz Molina y Elvira Lindo y, muchos años antes, a Julio Camba que, como los anteriores, dejó su testimonio en La ciudad automática y a los rusos Ilia Iif y Eugene Petrov que hicieron lo propio en La América de una planta. Por aquellos tiempos del Jazz, la Ley Seca y la Depresión, viajó, también, Federico García Lorca, concretamente entre junio de 1929 y marzo de 1930. Fruto de aquella estancia impactante, Federico, en lugar de dejarnos una crónica de viajes al uso, nos ofreció cuanto le era más propio, los versos de Poeta en Nueva York, un libro que, iniciado en 1929, acabó en 1936 y no fue publicado hasta cuatro años después de su muerte, en 1940, para consagrarle, si no lo había logrado ya, como uno de los mayores poetas del siglo XX, dando un pleno sentido a la corriente surrealista de la poesía nacida en las vanguardias.

Sobre Poeta en Nueva York se ha escrito lo indecible, pero ahora, en estos días, cuando el cómic ha alcanzado como medio de expresión artística, su época dorada, y un alicantino como Pablo Auladell, ha obtenido el Premio Nacional en la modalidad, otro paisano, Carles Esquembre nos ha dejado un excelente libro gráfico, en torno a la experiencia del poeta granadino, Lorca. Un poeta en Nueva York (Evolution Comics, 2016), un trabajo que merece el más justo apelativo de un «poema gráfico» debido a su atrevido e inspirado guión, a sus poderosas sugerencias plásticas y narrativas y a unos dibujos luminosos a la altura de la tarea emprendida. Una tarea que, como nos indica Ángel Herrero en un prólogo clarificador, va más allá de lo que se suponía la simple transposición de los versos de Lorca en imágines, para recrear unos meses cruciales de su breve biografía, un año crítico en su vida sentimental -la conciencia de su homosexualidad y su relación con el escultor Emilio Aladren- , en su trayectoria artística -los efectos desalentadores causados por los injustos comentarios sobre El romancero gitano- y en el compromiso político que le provocó la Babel del capitalismo salvaje con sus injusticias sociales y problemas raciales y le condujo, -¿por qué no volver a insistir en ello hasta la saciedad?- a ser asesinado en defensa de la República Española.

Lorca. Un poeta en nueva York es el segundo trabajo largo de Carles Esquembre, tras The body, un ensayo en el terreno de la pura fantasía y elempleo del color, que se ha resuelto en este giro de noventa grados hacia un territorio donde impera la madurez y una originalidad de talante más intelectual, fundada en un notable ejercicio de documentación histórica, literaria y gráfica, en el que la elección de la técnica del blanco y negro nos remite, también, al cine, y no es ajena, como ha comentado el autor en alguna ocasión, a la estética de algunas películas de Woody Allen homenajeando a su ciudad.

Carles Esquembre vive y trabaja en Pinoso, en la casa familiar encaramada a una de las laderas del monte deEl Cabezo. Este cronista vive, digámoslo poéticamente, al otro lado del valle, leve y suave, donde dormita el pueblo. Todas las mañanas, la primera visión entre las viñas, la Torre del Reloj y la cúpula de la iglesia, es la mole semiesférica, rojiza y maternal de El Cabezo. A partir de ahora estará unida a la imagen de un joven artista como Carles -que también es músico- y que, desde las alturas, dibuja y ennoblece el arte del cómic. Y al pueblo, por supuesto, al ámbito rural, como espacio propicio y alentador para el desarrollo de la creatividad y el pensamiento.

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