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Remigio Soler en la Lonja

Remigio Soler, en su estudio, en una imagen tomada en 2014. isabel ramÓN

Al crítico corresponde señalar todo fracaso de un propósito como defecto artístico. En efecto, en arte no salva la intención: el arte es el reino de las realizaciones. Pero el crítico tiene el deber de señalar el fracaso con relación al propósito del artista y está obligado a descubrirlo. Cuando ni por casualidad acierta a señalarlo, es el crítico quien fracasa. Se dirá que el crítico tiene derecho a censurar también el propósito del artista, cuando este rebasa las fronteras del arte.

Antonio Machado, Deber del crítico (1924, fragmento).

Sí, podemos afirmar que este sigue siendo el deber de la crítica, pero, como también en el momento en que se realizó este escrito, hay que tener en cuenta las circunstancias en las que se realiza y se expone una obra, no para justificarla sino como una didáctica para establecer el horizonte al que se dirigía el propósito del artista o del comisario de la exposición y contrastarlo con la realidad que vemos en la sala. Toda manifestación artística, cultural, es producto de su tiempo.

La exposición que se puede ver en la Lonja del Pescado de Remigio Soler no es arte, o no tiene una causa artística sino social: es el homenaje de todo un barrio, Benalúa, a uno de sus vecinos que comprometió toda su vida en un ejercicio y visión del arte muy personal. Seguramente debería hacer un preámbulo para analizar la realidad de esta sociedad que está reclamando unos nuevos comportamientos con respecto al arte, y que es el motivo de que esta exposición esté en la Lonja y se haya concretado de tal manera. Lo que hace años era cuestión de una élite, de minorías más o menos cultas, hoy, es una sociedad más amplia y participativa la que da y quita la calidad artística a una obra. Pero, ¿esta sociedad es más culta, está más preparada? Evidentemente no. Entonces qué ha pasado, qué es lo que ha ocurrido para que un mayor número de personas busque el reconocimiento en las salas de exposiciones. No cabe duda de que esto es bueno, pues abre cauces a una mayor participación en la cultura de la sociedad. Esto debería derivar en una mayor repercusión del hecho artístico o, al menos, en un mayor debate sobre qué es el arte.

Lo que podemos apreciar en esta muestra de Remigio Soler, en la selección de 130 obras expuestas, muchas, no es la búsqueda de explicitar sus principales propósitos artísticos, sus dudas, sus soluciones, su diálogo con la modernidad y la tradición de la que bebía. Vemos todo un recorrido por los distintos ámbitos en los que se movió, trabajos alimenticios, trabajos populares, de propio regodeo en su fabulosa técnica, ensayos virtuosos. Seguramente es la imagen que los vecinos de Benalúa tienen de Remigio Soler, en su faceta más popular. Pero en una mirada más crítica, comprobamos cómo no se ha respetado esta distinción entre arte y artesanía popular. Se han colocado como si fueran obras de sala las grandes figuras de la crucifixión de Cristo, figuras de tamaño natural, realizadas para un paso de Semana Santa, es decir, para verse elevadas. Enseguida vemos la desproporción de las figuras con fallos de anatomía, de dibujo, de volumen, que desmiente el virtuosismo y control demostrado en otras obras, como las dedicadas al Misteri d'Elx, donde los relieves juegan en invenciones que traducen mucha gracia y soltura.

También es contradictorio, o al menos no facilita su comprensión, ubicar esta obra, absolutamente de encargo, al lado de una obra de creación como Cristo presentado al pueblo, situada al fondo de la sala a la derecha, un gran mural lleno de figuras y símbolos, alrededor de un Cristo que va a ser rematado con una pistola dirigida a la sien. Esta obra contiene el más importante legado de Remigio Soler al arte. Su visión crítica, ácida, se sirve de una mirada amplia a la historia del arte, incluso de sus registros populares, todos sus elementos sociales y estéticos. Una obra que nos habla de un artista que hubiera trascendido en su arte a alturas insospechadas, una obra culta, con referencias a Solana, Ensor, el expresionismo alemán, el muralismo mexicano, con un esquematismo y síntesis, imbricado en su personal visión del Barroco, con atisbos surrealistas, cubistas. Situar en el mismo plano obras tan distintas es un tanto confuso a la hora de visualizar y comprender los propósitos del artista, sus elecciones, sus renuncias, pero sobre todo sus méritos.

Remigio Soler se forma en una época de profundos cambios en el arte, pero que en España no tuvieron realidad, cerradas sus puertas a la modernidad. El arte, desde principios del XX, ha pasado por múltiples estadios, sobre todo desde la llegada del cubismo, la abstracción; tendencias y movimientos dispares se superponen y conviven. Mientras parte del arte se decanta por la abstracción, artistas como Balthus o Lucien Freud siguen caminos totalmente diferentes, hasta el punto de que hoy estamos viviendo un retorno importante a la figuración. El grafitero Banksy, universalmente conocido, es uno de esos casos de una mirada figurativa que gran parte de la sociedad entiende, por no decir toda. Aunque sus recursos visuales y conceptuales son cultos. Artistas tan criticados como Jeff Koons, y anteriormente Wharhol, han propiciado la mayor consideración de la imagen figurativa. El grupo de artistas promovidos por la galería Satchy también figuran como parte importante en este movimiento internacional que se dirige a la búsqueda de un público mayoritario. Las exposiciones de los grandes museos?, pero sobre todo la apropiación de la imagen popular en el arte, responden a esta nueva realidad social de participación mayoritaria en la lectura de los lenguajes del arte. Pero el problema sigue siendo el mismo de siempre, aunque el artista realice obras aparentemente comprensibles, en realidad no lo son, pues su investigación se basa en ese diálogo continuo con la historia, y esto implica conocimiento.

A la hora de valorar la exposición que podemos ver en la Lonja, que se hace con la voluntad del homenaje, de la retrospectiva, destacan determinados factores pero que se pueden reducir a uno solo: no ha habido dinero. Es una exposición en la que no se ha podido tener en cuenta la transformación del espacio expositivo para contextualizar cada obra en su espacio específico. En una obra tan prolija y tan deudora de los condicionantes sociales, económicos, vitales del artista, esta contextualización se hacía necesaria. El ambiente, el concepto estético de las Hogueras no es el mismo que el de los pasos de Semana Santa, cada uno de estos ámbitos responde a una estética determinada, a unas convenciones precisas que una mínima escenificación hubiera puesto en valor, o evidenciado sus respectivas diferencias. Seguramente esto hubiera dado argumentos al público para poder valorar la obra de su amigo y vecino en la dimensión más apropiada y su lucha por crear un lenguaje propio en condiciones tan críticas.

En la exposición que se nos ofrece de Remigio Soler, vemos una personalidad compleja, como es cualquier personalidad dedicada al arte, una actividad que no es funcional pero sí prescindible. Revisando su biografía constatamos que sus circunstancias no fueron las apropiadas para su evolución como artista. Dotado de una facilidad evidente no solo para la talla de madera, también para el dibujo, cercano a la ilustración, vemos su despreocupación por el arte de vanguardia de su tiempo. Entre sus modelos está Gastón Castelló y Pepe Gutiérrez, para en su evolución autodidacta, desarrollar su amor por lo barroco y, como consecuencia lógica, una aproximación al surrealismo. El carácter religioso y a la vez crítico, social, de Remigio Soler le dota de una mirada irónica, su visión más creativa. Pero toda esa exuberancia que busca demostrar su dominio técnico se convierte en un condicionante demasiado fuerte a la hora de expresarse conceptualmente. Este exceso también pesa sobre la exposición: hay exceso de obras, como excesiva era su técnica, demasiadas piezas que d[icen lo mismo, y solo en muy pocas piezas demuestra más lo que podía haber sido que lo que en realidad pudo desarrollar. El amor y la gratitud a este excepcional vecino les ha jugado una mala pasada. Sinceramente, una mayor parquedad en la selección de obras hubiera propiciado al conjunto una mirada más certera sobre este autor, cuya energía y capacidad de trabajo es evidente en una sola obra. Condición intelectual, incluso emocional, pero no necesariamente de valor artístico en sí misma.

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