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Fervor por lo nuevo

Jamás el fervor por lo nuevo había despertado tanta pasión en las masas como en la actualidad. La tradición de lo nuevo -que ya forma parte del carácter de nuestra época- la inician las vanguardias artísticas en los comienzos del siglo XX. Su triunfo, desde entonces, ha sido absoluto, incontestable: primero se impuso en el círculo del arte y, más tarde, se extendió a toda la sociedad. Gombrich nos previno contra la engañosa impresión de que lo único importante en el arte es el cambio y la novedad. No parece que las advertencias de este hombre sabio tuvieran algún efecto. Desde luego, no entre nuestros actuales críticos. El vértigo que produjeron las invenciones y descubrimientos del siglo XX tiene mucho que ver en este entusiasmo del público por lo nuevo. Pero ha sido durante las dos o tres últimas décadas cuando el fenómeno se ha popularizado hasta alcanzar su magnitud actual. La aparición de Internet y los incesantes progresos de la tecnología, con tanta repercusión en nuestras vidas, son la causa del triunfo absoluto de lo nuevo.

Lo nuevo nos deslumbra y nos vuelve temerarios, irreflexivos. Celebramos cualquier novedad como un logro que abrirá las puertas de una nueva vida. Hay personas que se han labrado una carrera con el anuncio incesante de estas profecías. No importa las veces -y han sido unas cuantas- que estos gurús hayan errado en sus predicciones. Jamás se lo reprocharemos, pues sólo nos interesa el resplandor que desprenden las palabras. Lo nuevo es la religión que abrazan millones de personas.Quince años atrás, la desaparición del libro en papel se anunciaba como un suceso inminente que abriría una nueva era en la cultura. El periodista Joseba Elola recordaba hace unos días, en el diario El País, como un alto directivo de Random House pregonaba el fin del papel en el Congreso de la Unión Internacional de Escritores del año 2000. Nada importaba la experiencia de que la aparición de un medio no suele desplazar al anterior: la fe en lo nuevo impone su criterio. Ese directivo no se encontraba sólo en sus predicciones: otros profetas de lo nuevo anunciaban el fin del libro en papel: «El libro está muerto, larga vida al libro», proclamaba, ufano, en mayo de 2006, Jeff Jarvis, apóstol de la revolución digital que cargaba contra los libros por ser unidireccionales, por no abrir puertas, por no incorporar enlaces, por ser demasiado largos».

Han pasado quince años y las profecías no se han cumplido. Nada nos indica, ahora mismo, que vayan a hacerlo en un futuro próximo. No importa, seguiremos esperando. Entre tanto, no reprocharemos a esos gurús que se hayan equivocado; al contrario, les pediremos que nos anuncien pronto algo nuevo, cualquier cosa que nos ayude a calmar nuestra impaciencia.

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