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Dylan, con nobel y óscar

La primera imagen del Premio Nobel que el cronista guarda en la memoria está relacionada con el cine. Se la proporcionó Salto a la gloria, el filme que Leon Klimovsky rodó en 1959 sobre la vida de don Santiago Ramón y Cajal, interpretado por Adolfo Marsillach, contando los esfuerzos y adversidades sin cuento del investigador hasta obtener el prestigioso galardón en el campo de la Medicina. El Nobel de Klimovsky, solemne, justo, rodeado de honorabilidad, de indudable primacía en el ámbito del saber y la cultura, incluso después de haber leído a Echegaray o Knut Hamsum, permaneció incólume en el imaginario del cronista-niño hasta bien entrada la adolescencia, cuando Paul Newman consiguió hacerse con el Nobel de Literatura. Ocurrió en 1963, en El premio, una película de Mark Robson que, de haber caído en manos de Hitchcock, hubiese sido una autentica obra maestra. Paul Newman, entre martinis, y persecuciones tratando de llevarse al huerto a Elke Sommer, una sueca que hacía de azafata de protocolo en la ceremonia del galardón, se encargó de quitar lustre al asunto, de poner al descubierto las arbitrariedades y caprichos de los jurados que elegían a los galardonados y de sentar el precedente, como pudo decir don Julio Camba, de que no había que tomarlos, nunca, ni excesivamente en serio, ni tampoco en broma. El cine, maestro de la vida. Este año el Nobel de Literatura ha ido a parar a Bob Dylan, el cantante y compositor de la gélida Minessota. Se lo han concedido, dicen, por la letra de sus canciones, por tener mucho de juglar y aunar los registros poéticos del inconformismo social del folk, el romanticismo del country y la melancólica profundidad del rythm and blues. Y la noticia, como todos los años, ha suscitado rechazos y adhesiones, una pequeña bronca que, en estos tiempos donde la política parece tener el monopolio de los debates, no deja de ser una excelente ocasión para recordarnos que no solo de los resultados de las urnas vive el hombre, sino del aliento espiritual que desprende, en ocasiones, la cultura.

La ocasión la pintan calva para esbozar cuanto Dylan hizo por el cine, o viceversa. De las seis apariciones más notorias del cantautor en la pantalla -olvidemos Rolando and Clare, dirigida por el propio Dylan en 1978, muy endeble, o los documentales Don't look back (D.A. Pennebeker,1965) y The other side of the mirror (Murray Lerner, 2007) puros recitales- nos quedamos con las tres horas y pico que filmó Martin Scorsese en No direction home (2005) por cuanto supo aportar, a través de una larga entrevista con el autor y sus amigos -Joan Baez, Pete Seeger, Johnny Cash, entre otros- datos incuestionables sobre su condición de poeta, su talante rebelde e iconoclasta y el rechazo a plegarse a los dictados de cualquier partido político capaz de limitar su libertad. Un retrato de la personalidad de Dylan que puede completarse con la película-ensayo de Tod Haynes, I'm not there (2007) en la que seis actores, incluida la actriz Cate Blanchet, interpretan al cantante, para mostrar sus rasgos más peculiares. Pero la verdadera aportación de Dylan a la historia del cine se encuentra, indudablemente, en Pat Garret and Billy The Kid, de Sam Peckinpah (1973), al crear una magnifica banda sonora, en forma de balada, que insufló alma a las imágenes y las dotó del aliento épico e histórico que requiere todo western crepuscular. La presencia física de Dylan en el filme, masacrado a la hora del montaje, fantasmagórica, casi irrelevante en la trama, haciendo el papel que interpretara años antes Hurt Hatfield en El zurdo de Arthur Penn, se nos antoja una broma enigmática o un descarado homenaje a una autoría musical que tiene su momento más brillante en una de las mejores escenas del western de todos los tiempos: la muerte del sheriff Beker a manos de los hombres de Billy El Niño. Beker, herido de muerte, se sienta a orillas del río esperando su última hora. A sus espaldas, su esposa -inmensa e intensa Katy Jurado- le observa con lágrimas en los ojos. Y de las nubes descienden las notas de la guitarra y la voz de Dylan cantando Knockin'on heaven´s door. Algunas escenas antes, Pat Garret (James Cobourn) ya había citado al poeta de Minessota diciendo que los tiempos estaban cambiando. Y era cierto, a Dylan no le dieron el Óscar por su banda sonora. Tuvo que esperar a 2000 para recibir este reconocimiento, pero a la mejor canción, por la película Wonder boys. Ahora, para encender nuestros ánimos, le han concedido el Premio Nobel de Literatura.

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