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Por el mundo en automóvil

El verano que se despidió hace unos días para no volver jamás, como dice más de una canción, ha sido huérfano en viajes. El cronista, como mucho, ha realizado un par de traslados para cambiar levemente de ambiente y de paisaje, pero carentes de ese entusiasmo e intensidad que nos conduce a destinos inéditos y sorprendentes, capaces de transformar o dejar una huella en nuestro ánimo. Tal vez por esa falta de emociones hizo caso a sus amigos lectores y se introdujo de cabeza en El camino más corto (Ediciones B.S.A.,2016) de Manuel Leguineche; un libro de título engañoso, con referencias a cuanto llamamos el «viaje interior», pero que alude, en realidad, a la primera vuelta al mundo que el desaparecido periodista llevó a cabo entre 1965 y 1968.

Manu Leguineche (1941-2014), considerado hoy maestro indiscutible en su profesión, tenía veintitrés años cuando se embarcó en esta impresionante aventura, en compañía de cuatro periodistas -tres americanos y un suizo- a bordo de dos vehículos y salió del Madrid triste del franquismo para cubrir un itinerario no menos esperanzador por todo el norte de África, las proximidades y lejanías del Oriente asiático, cruzar las tierras australianas y recalar, tres años después, en Nueva York. Una experiencia tremenda, plagada de peligros sin cuento, a través de un espacio geopolítico en llamas, salpicada de absurdos problemas burocráticos, alguna estancia en prisión, y todo tipo de adversidades provocadas por la intolerancia cultural y religiosa imperante en muchos países. Un viaje excesivo, para ser de iniciación, máxime si tenemos en cuenta que Manu se incorporó a la expedición tras una noche de farra, en una taberna de la Plaza Mayor, al caer bien a los expedicionarios y tras confesar que no sabía conducir, nada en absoluto de motores, lo mismo de medicina, y que sus únicos méritos eran una incipiente experiencia como redactor de una agencia de prensa y una habilidad especial para cantar canciones de «mesón» como El Porompompóm, Granada o Amapola. Con estos mimbres y una buena resaca, Manu salió de España con los miembros de la Trans World Record, Expedition, muy arrepentidos de su nocturno fichaje.

Leer El camino más corto es volver a la Historia casi universal del siglo XX. Una suerte de recordatorio de un mundo en crisis que asentaba los cimientos de la actualidad y que el joven periodista fue completando con noticias de viajes posteriores -convenientemente diferenciadas en la tipografía del texto que ahora manejamos- para engrandecer el género del reportaje, con la crónica política, las observaciones socioculturales y el añadido del factor humano a través de una mirada llena de equilibrio y comprensión. Anécdotas de toda laya, desde el hallazgo de una peseta con la efigie de Franco en el remoto desfiladero de Kiber en Afganistan, la pérdida del pasaporte al ser devorado por un mono en Bangkok, el matrimonio de dos de los expedicionarios en Bali, junto a entrevistas a personajes como Indira Gandhi, el sherpa Tenzing, que coronó el Everest, o el Dalái Lama, o las luminosas descripciones de ciudades como El Cairo, Jerusalén o Calcuta, son hitos memorables de este increíble periplo, en el que solo se echa de menos una detención más amplia en Australia, despachada en un breve y postrer capítulo.

Leer El camino más corto, en resumen, sirve también para que el cronista sacie su afán de exotismo, comprenda que no está ya para afrontar peligros, si lo hizo alguna vez, y piense en otro tipo de aventuras. En tratar de imitar, por ejemplo, a Xavier de Maistre que, en 1794, forzado por las circunstancias, escribió un magnífico librito Viaje alrededor de mi cuarto, destino para el que no tuvo que emplearse en el engorroso menester de hacer las maletas y que, bien pensado, casi agranda los traslados veraniegos de este pobre columnista.

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