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Gigantesco Skarsgàrd

River es un drama policial de la BBC protagonizado por el brillante actor sueco en el papel de poli atormentado

Gigantesco Skarsgàrd

Todo hace creer que se trata de una pareja de policías dispar, algo muy al uso televisivo y cinematográfico: hembra / varón; joven / viejo; alegre / hastiado; imaginativa / instrospectivo; realista / atormentado. Charlan en el coche patrulla, piden comida, les llaman para un caso. Nada: todo parece indicar que se trata de una serie más, con un caso para resolver y poca enjundia de añadidura. Sin embargo, al rato del comienzo, cuando cierto desencanto parece comenzar a apoderarse del espectador exigente, se la ve a ella, a la agente Stevie, abandonar el lugar de un crimen. La cámara la enfoca de frente al principio, un primer plano: un cara normal, del montón que pasa desapercibida. Pero enseguida, al echar a andar, la cámara se gira con ella y se la ve de espaldas: se ve su cabeza por detrás. Y ahí el adormilado televidente pega un brinco, se queda perplejo ante lo que aparece y se engancha definitivamente a estos seis episodios, pensados casi para consumirlos en una sola sesión que cubra una tarde entera.

Es un policiaco, pero hay más. Hay intriga, pero hay más. Un asesinato inexplicable, la obsesión que produce en el compañero de la víctima (acaso, ay, enamorado; acaso, ay, pudo haber hecho más la noche del crimen), los posibles culpables, las pistas falsas, nada es lo que parece. Color crudo en las imágenes, una ciudad gris y atiborrada de sombras, un puñado de secundarios que van desde la familia destrozada hasta los inmigrantes que llegan a Inglaterra a buscarse la vida, hasta un juez borrachín y aficionado a los porros cuyo único refugio ante el griterío y el desprecio de sus hijos adolescentes es el que confiesa al protagonista: «Lo único que me consuela es que, con el tiempo, ellos también tendrán a sus propios adolescentes». Hay una muy desdichada policía jefe: hay, por haber, hasta anagnórisis (aclaro: reconocimiento de la identidad de un personaje por otro u otros) y risas y karaoke. Todo lo cual parece estar muy bien, pero, dicho así, no alcanza a revelar la potencia de River (Río, el apellido del policía protagonista y una metáfora del discurrir vital). Es decir, sería otro policiaco entretenido, aun con el sobresalto de la mujer vista por detrás que antes mencioné. Y ahí surgen Stellan Skarsgàrd y sus apariciones. Skarsgàrd es un actor sueco gigantesco forjado con Strindberg, madurado en películas oscarizables de su país, cumplido ya en La caza del octubre rojo o Amistad de Spielberg. Nada, pues, le es ajeno. De modo que compone en River un personaje de una pieza: un policía sufriente que ve fantasmas y habla y pelea con fantasmas (digámoslo así, pues en un episodio se aclara el concepto), uno de los cuales es nada menos que el afamado doctor Thomas Neill Cream, uno de los candidatos a ser considerado el mítico Jack el Destripador, interpretado por Eddie Marsan, actor que no es que salga en series británicas (o en Ray Donovan): es que no sale de todas ellas. Solo su ayudante le aguanta el tirón de su locura visionaria a John River, pues es para el resto un tipo acabado, un río que se salió de cauce, quizá, empero, la única forma de resolver el caso que no es otro que su propio caso. Salpiméntese todo con un guion más que notable, lleno de guiños de calidad: la enumeración de los sinónimos de «loco»; la definición de sexo como una comezón que se rasca, mientras que el amor sería esa comezón en la espalda, donde no se puede rascar; lo que queremos decir cuando decimos «amor» y nos da seis horas pasadas en un suspiro, que nunca decaen, que nos dejan incrédulos y boquiabiertos con el desenlace. Y es que, detrás de River, está Abi Morgan, la listísima galesa que firmó Shame o Sufragistas. Hay vida después de la HBO, y esa vida sigue estando en la televisión británica.

(River está disponible en Netflix).

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