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El emperador que quiso ser poeta

El Premio Complutense de Teatro dramatiza la figura del tirano Calígula, un césar con ínfulas de dios que tiñó de sangre sus manos

El emperador que quiso ser poeta

César Grech, bibliotecario, actor y escritor, debuta en la literatura dramática con este texto, titulado Calígula, que le valió el Premio Complutense de Teatro 2015. La pieza ha sido representada en Madrid por la compañía Expresando con dirección de Marian Huélamo. La obra está dividida en cuatro actos y el primero nos presenta a un Calígula (37 d. C.- 41 d. C.) extravagante, sin lazos paternos desde niño, un emperador diferente por lo inquietantemente reflexivo acerca del poder y en su última etapa vital. En el segundo, Aelia disemina sentencias sobre el amor en el diálogo con otras esposas de senadores para dar paso a un retrato de las altas esferas de una época con sus miserias y ambiciones de ayer y de siempre, las pugnas del poder, las envidias sin expiar, las dudas cotidianas entre crispar o conspirar de los cómplices de la culpabilidad con la figura de Calígula, en ocasiones irónica, reinando en el ambiente. Al final del segundo acto comienza el interés para el lector por saber quién beberá finalmente los tres venenos, que ha repartido Cesonia sin contemplaciones.

Los celos creativos de los vates romanos en el tercer acto conforman unos momentos, que ilustran el comportamiento de un césar al borde del delirio y muestran los efectos del mencionado e inquietante veneno en una Drusila, que se convierte en Casandra para estupor de los personajes presentes. En el cuarto y último acto, el desvarío de Calígula no cesa, la sangre sigue tiñendo sus manos, aunque él no empuñe espada alguna, y los personajes, con sus caracteres bien perfilados, prosiguen con sus cuitas. Calígula porta una onírica "máscara terrorífica, hecha de lógica e indiferencia", además de violencia; solo la violencia genera violencia y Calígula la ejerció hasta sus fatales consecuencias.

Conflicto disuelto

No obstante, la pieza, dotada con ciertas dosis de lirismo, se resiente porque la tensión dramática se disuelve por culpa de un conflicto difuminado. Los puntos de giro, aderezados con intrigas palaciegas, atrapan la atención del lector, pero, en cuanto se resuelven, este busca un conflicto que le motive seguir leyendo y los venenos de Cesonia carecen de la fuerza necesaria. Solo con el tiempo y con la trayectoria, que desarrollen sus ganadores, podremos saber la relevancia de este galardón (con solo tres ediciones en su haber) en el ámbito del teatro español contemporáneo.

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