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Apoyar a la cultura privada

El crítico teatral Marc Llorente reclamaba, días atrás, en estas mismas páginas, una mayor protección para nuestro teatro. «No vale solo que la Concejalía de Cultura organice la Mostra de Teatre y que la Diputación cumpla como patrocinadora -escribía Llorente-. Muchas compañías quedan fuera del concurso de proyectos, base de la programación de este ciclo, y unas pocas ofrecen los frutos de su cosecha. No es cuestión de celebrar simplemente un certamen. Un auténtico apoyo a la creatividad y a la difusión requiere otras acciones más amplias y rigurosas para la supervivencia de cualquier compañía». Me parece que Llorente tiene toda la razón en su demanda. La supervivencia de nuestros grupos teatrales exige unos objetivos más acordes y, sobre todo, más realistas, con el momento actual de la cultura.

Con frecuencia, tengo la impresión de que las necesidades de la cultura caminan por un lado y las políticas de nuestras instituciones por otro. Seguimos empeñados en aplicar a la cultura unas formas de promoción que resultaron útiles en el pasado, pero que no sirven en la actualidad. Ese es, precisamente, uno de los problemas de la política: siempre va por detrás de la realidad. ¿Cómo podríamos averiguar si estamos en el camino correcto o nos hemos desviado del mismo? No existen fórmulas infalibles para saberlo: debemos arriesgarnos. La mejor manera de descubrirlo es viajar por el mundo y aprender de lo que hacen en otros lugares más avanzados que el nuestro.

Barcelona acaba de aprobar ayudas para las empresas culturales de la ciudad: el ayuntamiento les reducirá el importe del impuesto de bienes inmuebles que pagan por sus locales. Librerías, galerías de arte, teatros, espacios musicales, podrán beneficiarse con la medida y, gracias a ella, lo hará el tejido cultural de la ciudad. Debemos apoyar el papel de la iniciativa privada en la difusión de la cultura. En Alicante, la cultura vivió sus mejores años cuando los ciudadanos tomaron las riendas de estos asuntos; la decadencia comenzó en cuanto los políticos decidieron convertirse en empresarios culturales porque pensaron que de ese modo obtendrían mayores beneficios.

En la provincia hay un grupo de galerías de arte que tratan de salir adelante con gran esfuerzo de sus propietarios: a ellas les debemos casi todo el arte moderno que podemos ver los alicantinos. Sin embargo, no parece que su tarea esté suficientemente valorada; lo mismo sucede con nuestras librerías, que no obtienen el reconocimiento ni la ayuda oficial que merecen. Si nos importa la cultura, no podemos tratar a los operadores culturales como a cualquier otra empresa. Bien dirigida, con los estímulos necesarios, la cultura puede desempeñar un papel importante en el desarrollo de la ciudad, y así lo han entendido en otros lugares. Valencia, sin ir más lejos, acaba de encargar a la universidad un estudio sobre el potencial de su industria cultural y creativa.

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