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De viajes y sentimientos

Miguel Ángel Lozano desmenuza la historia desperdigada de relatos periodísticos de Azorín

El irlandés Laurence Sterne tuvo una vida azarosa y excéntrica en la sociedad burguesa que le tocó vivir, poco en consonancia con su condición de párroco en Coxwold. Con una salud fuertemente quebrada por la tuberculosis, encontró refugio a su agitada existencia con una obra que le consagró en la literatura británica de su tiempo, Life and Opinions of Tristam Shandy, 1760/1767, que le ha valido el calificativo de «el James Joyce del siglo XVIII».

La necesidad de encontrar climas más cálidos para su imparable enfermedad y de ocultar a su esposa Elizabeth, victima de la locura, llevaron a Sterne a viajar por el continente dando lugar a una de las obras más importantes de la novelística viajera, A sentimental Journey through France and Italy, 1765/1768.

Estudiosos ha habido que han comparado a Laurence Sterne con José Martínez Ruiz, nuestro Azorín, asegurando que el escritor irlandés «está muy cerca de nosotros por su vision inmediata de las cosas» Ahí va un ejemplo cuando Sterne, cargado con su fino humor británico, realiza una tipología de los viajeros que contempla en su ya famoso trayecto:

«Viajeros ociosos.

Viajeros curiosos. Viajeros embusteros. Viajeros vanidosos.

Viajeros melancólicos.

A continuación viene los viajeros por necesidad:

Viajeros felones y delincuentes,

Viajeros inocentes e infortunados.

Simples viajeros.

Y, finalmente, con vuestro permiso: el viajero sentimental (o sea, yo)?».

No es de extrañar, pues, que cuando Azorín publica en los diarios en los que colaboró estos entrañables relatos de viaje por balnearios de la costa norte de España, fueran recopilados por García Mercadal en 1944 bajo el título de Veraneo sentimental, siguiendo los comentarios del propio Azorín durante su estancia en Cestona, cuando se reencuentra con su amigo Peralta: «¿Este viaje es sentimental? Yo sonrío: Este viaje es sentimental...».

La historia desperdigada de estos relatos periodísticos viene perfectamente desmenuzada por el profesor Miguel Ángel Lozano, uno de los grandes especialistas sobre Azorín y Gabriel Miró, autor de esta necesaria edición, imprescindible para todos los seguidores «de uno de los mejores prosistas de nuestra historia». Lozano, paciente y admirablemente, ha recogido y agrupado la totalidad de las crónicas veraniegas de 1904 y 1905 que nos dejara el escritor alicantino rebuscando en los archivos del tiempo sobre una obra periodística tan dispersa.

En estos relatos, Azorín, tal cual su admirado Sterne, no pretende ser un viajero que vaya a dar cuenta en sus escritos de lo que contempla, del mundo que le rodea, sino, en palabras de Miguel Ángel Lozano, de un escritor, un cronista, cuyo viaje ha de ser motivo de material para unos textos que, necesariamente, volverán a ser releídos una y otra vez. Al igual que Sterne, Azorín basa sus crónicas viajeras en la observación de lo que aparece ante él, de manera especial frente a lo irrelevante y anodino: «y todo aparece visto desde los sentimientos que produce. El ver está unido al sentir».

Especialmente interesantes nos resultan sus visitas a Pérez Galdós: «el estudio del gran novelista: una amplia pieza cuadrilonga, llena de libros, cuadros, fotografías, dibujos a la pluma, chucherías de porcelana y de nácar»; a Pereda, ya muy enfermo: «Parece que flota en el aire ese algo desconocido, terrible y misterioso que tenemos espanto de precisar»; a la biblioteca de Leopoldo Alas, Clarín: «la biblioteca del maestro es una pieza casi sombría llena de vaguedad y de penumbra?»; su estancia de diez días en el domicilio de Ramón Pérez de Ayala: «A poco la casa queda sumida en el silencio. Y el poeta lee en voz alta algunos viejos versos de un vate primitivo?»; o, en suma, la última visita a Rubén Darío, que veraneaba cerca de Oviedo: «Son las diez. Rubén está ya acostado cuando llegamos. Esperamos un momento; una puertecilla rechina, y el poeta está ya ante nosotros con su sonrisa suave y sus ojos siempre entornados».

Asegura Miguel Ángel Lozano, y nos lo creemos a pie juntillas, que Azorín tenía en su biblioteca nada menos que cinco ejemplares del Sentimental? Journey, en diferentes ediciones e idiomas: uno en el ingles original, dos traducidos al castellano y otros dos al francés. Lógico, diría yo, al tratarse de un texto imprescindible. Un servidor, ejem, posee en su biblioteca dos ejemplares del Viaje sentimental de Sterne: una edición inglesa en facsímil, fechada en 1902, y una curiosidad impresa por Bruguera, en 1967.

Estas crónicas tan veraniegas como sentimentales de Azorín son, ya lo hemos adelantado, de una exquisitez maravillosa y como la extension de este artículo está seriamente limitada por el coordinador de estas páginas, nos quedamos con la estancia azoriniana en el balneario de Ontaneda cuando a Martínez Ruiz se le toma por un peligroso anarquista que planeaba atentar contra el presidente del Gobierno Antonio Maura, tal como si fuera el Angiolillo que asesinó a Cánovas en otro balneario.

El telegrama de Azorín enviado a la redacción del diario España sintetiza perfectamente el artículo, corto, breve, intenso, que se puede leer en el libro:

«Ha llegado Maura.

Tarde gris. Neblinas densas y opacas velan melancólico paisaje.

Estallan cohetes, turbando el sosiego del hondo valle.

Avanza raudo el tren.

El presidente salta a tierra ligero y jovial, vestido de gris y tocado con sombrero de paja. Saludos y rápidos apreturamientos.

Doña Constanza sonríe.

Un bañista grita: ¡¡Viva Maura!!, y el telón ceniciento de la neblina se desgarra en álamos solitarios».

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