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Proyéctense hacia fuera de sus tinieblas

Un libro reúne una serie de ensayos y entrevistas al cineasta y poeta Jean Cocteau

Poeta, dramaturgo, pintor y cineasta, Jean Cocteau (1889-1963) fue una figura esencial de la vanguardia parisina. Su obra cinematográfica abarca películas tan importantes como La sangre de un poeta (1930), La bella y la bestia (1945), Orfeo (1950). Sin olvidar su despedida autobiográfica, El testamento de Orfeo (1960), donde expone su credo poético y cinematográfico. Amante del cine de Wyler, Welles, Truffaut, Resnais o Bresson, colaboró con Roberto Rossellini para filmar uno de los episodios de Amore, basada en su obra teatral La voz humana e interpretada por la actriz Anna Magnani. La voz humana es una muestra de neorrealismo poético que describe la desesperación de una mujer a la que vemos en su dormitorio hablando por teléfono. Cocteau dijo que la película podría haberse titulado Del teléfono considerado como un instrumento de tortura. Vista hoy, en la era de la soledad telefónica, la película alcanza una intensidad dramática similar a la que nos causó, recientemente, Her (Spike Jonze, 2013).

De su libro Poética del cine he extraído una serie de máximas que conforman su ideario estético:

Desnaturalizar las cosas. La misión del cine y de la poesía es recuperar una mirada inocente: «desnaturalizar las cosas que el hábito nos vuelve invisibles, ponerlas en una perspectiva que nos la muestre como la primera vez que un salvaje ve un avión, un teléfono, una lámpara eléctrica o un tenedor (?) El cinematógrafo es un arte del detalle, de la naturaleza, de los objetos enfocados para que puedan verse de cerca (?) Un árbol o un automóvil me emocionan». El cine rescata la vida secreta de las cosas.

«Mostrar lo irreal con la evidencia del realismo». Su primera película, La sangre de un poeta, fue psicoanalizada por Freud. La describe como un «documental realista de sucesos irreales». Pero en ningún caso hay que considerarla una película surrealista. Cocteau también niega la influencia de La edad de oro de Buñuel. El cine, que tenía la misma edad que Cocteau («Es viejo para un hombre, joven para un arte»), disuelve el tiempo de lo cotidiano, desplegando una temporalidad propia; los actos reemplazan los diálogos teatrales.

La belleza detesta las ideas. Lo que busca Cocteau es un cine capaz de «sofocar el intelecto bajo la acción (?) y hacer que mis personajes, más que hablar sus pensamientos, los pusiesen en acción». No decir el pensamiento, transformarlo en acto visual. Porque «la belleza detesta las ideas. Se basta a sí misma». No basta con tener una idea. La idea tiene que envolvernos: «es preciso que ésta nos posea, nos aceche, nos obsesione, que se nos vuelva insoportable». La forma tiene prioridad sobre el contenido. Lo esencial es la «manera de mostrar las cosas, de llenar la pantalla» y no tanto «lo que allí se cuenta». De ahí que una película como El testamento de Orfeo no tenga ni pies ni cabeza: «tiene alma», dice su director. «La belleza está hecha de relaciones». Pero la crítica de cine sólo se ocupa de «desmontar engranajes y es incapaz de volver a montarlos, de entender las relaciones que los hacían vivir. Los tira y pasa a otros ejercicios».

Invasión en vez de evasión. El espectador no puede esperar del cine evasión, sino invasión. Ha de dejarse invadir por una obra, compartiendo un sueño filmado que pueda perturbar su vida. Al espectador de cine hay que educarle de la misma manera que afronta la pintura en un museo de arte moderno. En el cine, como en la pintura, el espectador ha de esperar a que la «belleza -que al principio desconcierta y parece fea- penetre lentamente en los espíritus». Pero en ningún momento el espectador puede sucumbir al ídolo de la comprensión inmediata. Cocteau comparte con Jean Epstein un anticartesianismo en el que el cine exalta la visión de la vida en un mundo incomprensible. El pensamiento paraliza la acción, congela la imagen, sustrayéndola del devenir vital. Cocteau se aleja del «círculo cerrado de Descartes» y se muestra partidario del «círculo abierto de Pascal y de Rousseau».

Proyectar el pensamiento. Pero la película abstracta, a diferencia de la pintura abstracta, tiene que «dar cuerpo no a un pensamiento sino al pensamiento». El cine es un «arma poderosa para proyectar el pensamiento»

El azar y lo bello. El azar otorga, en ocasiones y de modo inesperado, belleza a las imágenes. Cocteau recuerda que durante el rodaje de La sangre de un poeta habían ordenado al personal de limpieza que barriese el estudio mientras filmaban los últimos planos. Cuando estaba a punto de quejarse airadamente, su operador le detuvo porque se dio cuenta de que la «belleza de las imágenes nacería de la luz de los reflectores filtrada entre el polvo levantado por el personal de limpieza».

La poesía está por encima de la técnica. A los jóvenes cineastas les recomendaba que no se obsesionaran tanto por la ortografía y la gramática cinematográfica. «Fuercen las almas», les decía: «Filmen. Filmen. Proyecten. Proyéctense hacia fuera de sus tinieblas. Y sobre todo no olviden que el cinematógrafo es realista, al igual que los sueños. Todo depende del orden en que la realidad se recorta, se monta y se convierte en la realidad de ustedes». Cocteau no se consideraba cineasta, era un poeta que ocasionalmente plasmaba en imágenes sus creaciones pero no sentía la necesidad de filmar.

En El testamento de Orfeo el cineasta es juzgado por un tribunal que le acusa de desobediencia estética y ontológica. Si ya en 1960 un tribunal condenaba su cine, hoy me temo que los juicios serían todavía más severos.

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