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Los nombres de la cosa

Los autores Jean-Claude Carrière y Ricard Borràs nos ofrecen un refrescante recorrido por las posibilidades eróticas del lenguaje

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Probablemente -y esto vale para todos los idiomas- no exista campo semántico con un vocabulario más rico, variado e imaginativo que el que tiene que ver con la cosa del título de este libro, un catálogo insólito de palabras y expresiones para nombrar las principales actividades y órganos amatorios. Y nadie mejor que el francés Jean-Claude Carrière -cuyo nombre aparece en los guiones de películas tan dispares y disfrutables como Miss Muerte de Jesús Franco, Belle de Jour de Luis Buñuel, Tamaño natural de Berlanga y tantas otras en las que el sexo, en todas sus variantes, tiene un papel relevante en la trama- para llevar a cabo esta estimulante y divertida experiencia que antes fue de sexo oral (es decir, representada en teatros y escenarios) y que ahora, de la mano de Blackie Books, se convierte en una desternillante sesión de sexo escrito.

La idea surge, al parecer, del propio Buñuel. Un día propuso a su hijo Rafael y a su amigo y colaborador Carrière que cada uno confeccionase en su lengua materna (español, inglés y francés, respectivamente) una lista de palabras que sirvieran para designar el órgano masculino. Al parecer ganó este último, algo nada de extrañar teniendo en cuenta la rica tradición de literatura libertina de su país. Unos días después, según cuenta el autor, se encontró con una amiga que le confesó que subsistía a duras penas trabajando como dobladora de películas porno y que precisamente lo que más le molestaba de ese trabajo era el aburrimiento provocado por la poca variedad de términos que podía utilizar... Carrière lo vio claro, y escribió esta obra que ha conocido diversas ediciones y títulos en Francia, que fue llevada a los escenarios y que ahora, por primera vez, aparece traducida simultáneamente al español y al catalán.

Evidentemente, traducir una obra así conlleva todo tipo de dificultades. Si en general cualquier traducción da siempre como resultado una obra nueva y distinta a la original, en este caso concreto se puede considerar al traductor, Ricard Borràs, como verdadero coautor de esta obra que tenemos entre manos. No son pocas las dificultades con las que se ha encontrado Borràs a la hora de adaptar el texto. Obviamente y por desgracia la literatura española no ha tenido nunca una tradición libertina y erótica como la francesa (hay excepciones como la anónima Carajicomedia en el siglo XVI, el Arte de las putas de Nicolás Fernández de Moratín en el XVIII, o los poemas pornográficos de Espronceda en el XIX), pero Borràs ha sabido escarbar en decenas de obras y autores de todas las épocas (con especial predilección por nuestro Siglo de Oro) para encontrar un buen puñado de expresiones y sinónimos a cual más sorprendente de, por ejemplo, ciertas partes del cuerpo como el angosto y delicioso ojal, que dijo Iriarte, o la punta de la barriga citada en La Celestina.

Muchos de los grandes nombres de nuestras letras tienen cabida en la adaptación de Borràs. Del Arcipreste de Hita a García Lorca, pasando por Cervantes o Blasco Ibáñez -sin olvidar algunos no tan ilustres pero tal vez más documentados en el tema, como Lita Claver La Maña- esta obra nos muestra que nuestro idioma posee una muy rica tradición de términos y expresiones para todo lo que tenga que ver con el gustoso estado del que hablaba Cervantes: desde las clásicas penetrar, endiñar, chingar, mojar, meter, trajinar o enhebrar hasta otras más elaboradas y rocambolescas como ponerla al abrigo de los mosquitos, usar la máquina de coser, meter al niño Jesús en el pesebre, dejar que el conejo se coma la zanahoria o, como dijo Samaniego, sentir la titilante cosquillita.

Una lectura divertida, refrescante y que se lee en un suspiro, especialmente indicada para hacernos más llevadero este caluroso verano.

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