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Una vida en sombras

Actor, director y escritor, el mundo artístico de Fernán-Gómez resulta inabordable

Una vida en sombras

Esta primavera me he sumergido en el cine y las memorias de Fernando Fernán-Gómez (1921-2007), tituladas El tiempo amarillo. Nació casualmente en Lima pues su madre, que era «cómica», estaba entonces de gira por Sudamérica. Aunque su carrera estuvo marcada por el teatro, llegó a participar en más de 150 películas, la mayoría de ellas como actor. Cuenta Fernán Gómez en sus memorias que fue Sáenz de Heredia quien le abrió las puertas del cine como actor. Protagonista de dos de las películas más interesantes de la posguerra: Vida en sombras (Lorenzo Llobet-Gracia, 1949) y la opera prima de Bardem y Berlanga, Esa pareja feliz (1951). Actuó también en diversos largometrajes de Nieves Conde y Edgar Neville. Llegó a participar incluso en una película dirigida por G.W. Pabst (La conciencia acusa) y a punto estuvo de haber formado parte del elenco de actores de Los inútiles de Fellini. En los años setenta actúo a las órdenes de Víctor Erice, Carlos Saura y Gonzalo Suárez, entre otros. Cuando realizó El espíritu de la colmena, le preguntó a Erice, si hacía falta comprender a su personaje. Erice le dijo que no se preocupara. Ya en los noventa, trabajó con Almodóvar, José Luis Cuerda y Fernando Trueba. Belle Époque (1992) es una de las películas de la que mejor recuerdo guarda como actor pues, según confiesa, al seguir el método Stalinavski, convivió plácidamente durante el rodaje con su entrañable personaje. Pero para este espectador una de sus últimas actuaciones inolvidables fue en La lengua de las mariposas (1999), dando vida a un maestro republicano.

Su primer éxito como director lo alcanzó con La vida por delante (1958), a la que siguió La vida alrededor (1959). Pocos años después alcanzaría su madurez como cineasta con El mundo sigue y El extraño viaje, recientemente elegidas entre las diez mejores del cine español, de acuerdo con una encuesta elaborada por la revista Caimán. El mundo sigue (1963) es considerada una película maldita del cine español. Estrenada casi clandestinamente en un único cine de Bilbao, su director no llegó a ver su reestreno en 2011. Vista hoy la película sorprenderá poderosamente al espectador. Posee toda la fuerza del neorrealismo en la descripción de la vida cotidiana del barrio madrileño de las Maravillas: las plazas donde juegan los niños, los bares, las calles polvorientas o el tráfico cobran un protagonismo inesperado. Pero a mitad de la película, a medida que el conflicto dramático va tomando forma, tiene lugar un interesante giro estético. El tono narrativo se hace entonces más existencialista, se recurre al monólogo interior para dar voz -apenas un susurro- a los pensamientos, llenos de angustia, de sus protagonistas. También se produce un cambio significativo en el modo en que la cámara se aproxima a ellos. Si en la primera parte, el paso de plano medio a primer plano, se hace con un ligero y lento movimiento de cámara, en la segunda parte abunda movimientos más rápidos y bruscos, incluyendo numerosos zooms.

Hay una secuencia a destacar por su interesante planificación y montaje: vemos a la madre que llama desde el balcón de su casa a su hija que está en la calle. Se suceden una serie de picados y contrapicados hasta que la hija entra en casa y comienza a subir la escalera. Entonces tiene un lugar un montaje en el que vemos los pasos de la protagonista, siendo niña y en el presente. Conforme va subiendo por las escaleras, sus pasos se intercalan con objetos y recuerdos de su infancia y juventud. La escalera acaba convirtiéndose en una prodigiosa elipsis narrativa de la vida en el que la madre se percata del inexorable paso del tiempo en su hija.

Al año siguiente estrena El extraño viaje (1964), que pasa desapercibida hasta que seis años después es recuperada por la crítica y el público. Comedia negra y crónica del esperpento basada en una idea de Berlanga a partir de un suceso real: el crimen de Mazarrón. Su estructura narrativa tiene ciertas similitudes con Psicosis (Hitchcock, 1960). En este caso el enigma del crimen es filmado desde un casticismo costumbrista e irónico que logra desnaturalizar diversos géneros (terror, comedia, drama), arrojando una mirada pesimista sobre la España franquista, al igual que hiciera Berlanga un año antes en El verdugo.

Ya en los años ochenta encadena varios títulos que le terminaron de consagrar como cineasta. Mambrú se fue a la guerra (1986) es otra de las películas más entrañables que dirigió Fernán-Gómez: narra la vida de un topo republicano escondido en un sótano secreto de su vivienda familiar durante la dictadura franquista.

Tras la muerte de Franco, la resurrección del protagonista al que da vida Fernán-Gómez, ocasionará problemas inesperados al resto de la familia. Magnífica alegoría -crítica y cómica- de la transición democrática que muestra cómo los ideales republicanos acaban corrompidos por las nuevas comodidades burguesas. Según su director, la película «trata del encierro y del olvido que de los perdedores tienen los vencedores, aunque sepan que los perdedores tenían razón». A pesar de no ser una película redonda, Mambrú posee instantes geniales como las conversaciones imaginarias que tiene el protagonista con «Manolo» (Manuel Azaña).

El viaje a ninguna parte (1986) es un emotivo homenaje al mundo de teatro; cuenta la historia de unos cómicos errantes que luchan contra el hambre y la competencia del cinematógrafo en los diferentes pueblos donde actúan. Pero, además, la película propone una lúcida reflexión sobre la memoria imaginada y el olvido. La película comienza con las palabras del protagonista: «Recordar, hay que recordar», en un primer plano en penumbra similar al que abre El padrino (Coppola, 1972). Inicialmente concebida como folletín radiofónico y, después, novela, fue la primera película en ganar el Goya, y a pesar de que le concedieron tres premios en esa primera edición, Fernando decidió aquella noche quedarse en su casa.

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