Otros autores prefieren zambullirse en temas de triste actualidad, como veremos a continuación.
El novelista Isaac Rosa, autor de obras como El país del miedo o La habitación oscura, debuta como guionista de cómic con esta obra dibujada por la joven Cristina Bueno en la que se mete de lleno en una de las consecuencias más desastrosas de esta crisis en la que estamos inmersos desde ya no sabe uno ni cuándo: el desahucio de miles de familias de sus viviendas por parte de bancos y entidades financieras. No es este el lugar para debatir en torno a un tema mucho más complejo de lo que se nos suele hacer creer, así que me centraré exclusivamente en comentar algunas sensaciones que me ha dejado la lectura de este cómic.
El punto de vista que elige el autor resulta interesante y novedoso ya que el protagonismo de la historia no recae, como era de esperar, en una familia desahuciada, sino en una adolescente cuya familia compra un piso del que una orden judicial desalojó a los anteriores inquilinos. La joven, con ayuda de una serie de guías excesivamente estereotipados (el guapo activista antidesahucios, los padres comprensivos pero ajenos al tema, la entrañable y misteriosa vecina vieja...) va implicándose en movimientos cívicos y sociales de sobra conocidos en un viaje hacia la madurez y la toma de conciencia donde no faltan ciertos toques de fantasía, algo que siempre se agradece.
Aparte de la pertinencia de poner sobre la mesa este peliagudo tema, uno de los aspectos más relevantes de la historia, y que se repite en casi todas las obras comentadas aquí, es esa idea de que en cada vivienda siempre quedan las huellas no tangibles de los habitantes que han pasado por ella («Cada casa tiene su pasado, sus fantasmas. Y hay que vivir con ellos», se afirma en un momento de la historia) del mismo modo que cada uno de nosotros llevamos dentro siempre algo de cada lugar donde hemos habitado.
