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Demasiado humano

Este vertiginoso ensayo de Rosi Braidotti sintetiza las contradicciones del antihumanismo

Cuando la filósofa Rosi Braidotti terminaba de escribir este libro, el atleta sudafricano Oscar Pistorius asombraba al mundo en las Olimpiadas de Londres corriendo sobre las fibras transtibiales y las articulaciones de carbono que sustituían sus piernas amputadas. Braidotti aprovechó la imagen de este ciborg olímpico para ilustrar las profundas transformaciones del cuerpo y de la subjetividad en el tiempo de lo posthumano. El libro no pudo hacerse eco del posterior proceso judicial de Pistorius, acusado de matar a balazos a su novia. Y es una lástima, porque el culebrón forense de testimonios, coartadas, contradicciones y sollozos, constituyó una ejemplar representación local de miserias humanas tan globales como viejas.

Directora del Centro para las Humanidades de la Universidad de Utrecht y autora de brillantes ensayos sobre feminismo, teoría crítica y nuevas formas de subjetividad, Braidotti tiene en éste el mérito y la cortesía de relatarnos con agudeza las derivas de una parte importante de la filosofía contemporánea. Discípula de Deleuze, Guattari y Luce Irigaray, Braidotti bebió con ansiedad de la inagotable fuente de Spinoza, abrazando un materialismo redentor con el que salvar al sujeto, su sujeto, más allá del capitalismo individualista, el marxismo y los posestructuralismos del siglo XX. El corolario de estas superaciones sería un concepto abierto de Lo Posthumano, último fruto de un antihumanismo, que, desde Heidegger hasta Sloterdijk, pasando por las refundaciones del marxismo francés, se ha empeñado casi épicamente en borrar esa contumaz idea de hombre, que Foucault imaginó tan vulnerable como un rostro de arena junto al mar. Los argumentos no son nuevos, pero Braidotti los reúne con acierto, dialogando con una bibliografía indispensable. Una pléyade de pensadores dedicados a los estudios culturales y sus contiguos feministas y postcoloniales ha proporcionado argumentos de sobra para cuestionar la idea clásica e ilustrada de Hombre. La convicción de que no hay crimen masivo en el que no se invoque a la Humanidad y de que en nombre de ésta se han desarrollado mecanismos eficaces de exclusión del otro es inseparable de la vindicación de humanismos alternativos desde posiciones más o menos periféricas (Said, Spivak, Mbembe o Chakrabarty).

La contradicción de un posthumanismo y un antihumanismo alimentados por argumentos de cuño humanista no escapa a Braidotti. Para superarla sitúa en el centro de su argumentación la evidencia de un fascinante continuum entre naturaleza y cultura y entre humanidad y animalidad, dirigido por una vida y una materia inteligentes, que se producen a sí mismas, ajenas a la conciencia individual. Paradójicamente, la actual época del antropoceno (de la acción humana como elemento decisivo en los procesos geológicos) habría acabado con el antropocentrismo, de modo que la filosofía, para entender el mundo, debe renunciar al hombre como su objeto de estudio y sustituirlo por esa entidad proteica de la vida, que la autora llama zoe, una «potencia generadora que fluye a través de todas las especies».

No sólo la condición tecnobiológica, que afecta a hombres, animales y alimentos; también la percepción a escala cosmológica de la vida y de la muerte individuales fundamentarían esa superación de lo humano en la continuidad de lo vivo. Este regreso a una filosofía de la naturaleza, que haría sonreír a Goethe, se extravía, a su pesar, en territorios metafísicos. Probablemente porque Braidotti comparte, a su manera, las aspiraciones de venerables antecesores antihumanistas, empezando por Heidegger: tener la última palabra y custodiar su significado siempre abierto, o dicho de otro modo, desvelarnos el sentido de la totalidad de lo que hay, que, en este libro toma la forma de una subjetividad absoluta y absuelta, que fluye o se diluye por fuerzas cósmicas, animales, éticas y hasta políticas. Es comprensible que cuando se trata de celebrar ese sujeto, nómada e inasible, y de elaborar un discurso a la altura de su vértigo, los límites del humanismo se antojen demasiado estrechos, y las ciencias humanas (cuya supervivencia universitaria tanto preocupa a Braidotti) comparezcan como enojosas aguafiestas.

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