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Veneno en la crítica

Una obra de Nicolas Slonimsky recoge las horripilantes críticas de los estrenos de obras maestras

Durante una buena parte de su vida, Nicolas Slonimsky -director de orquesta, compositor pianista y escritor norteamericano de origen ruso- se dedicó a recopilar una enorme cantidad de reseñas y críticas musicales para pulsar la reacción ante los estrenos de algunas de las que hoy están consideradas obras maestras de la historia de la música. Más que un ejercicio, a posteriori, con el que justificar lo ineptos que eran los críticos del momento ante lo nuevo -que también-- el libro es una magnífica obra de consulta, con grandes dosis de humor, que nos permite disfrutar con la virulencia con la que se acogieron en esas primeras audiciones e incluso con comentarios posteriores con muy mala uva. Repertorio de vituperios musicales, un «recorrido venenoso por la música clásica», que ahora Taurus publica en castellano, es una caja de sorpresas por la tremenda agresividad de algunas de las afirmaciones que en el libro se recogen.

Pero no sólo se recopilan aquellas centradas en los estrenos sino también la manía de personalidades muy reconocidas hacia determinados compositores. Sirva un ejemplo: la de George Bernard Shaw por Brahms, al que consideraba «el más inmoral de los compositores... Pero su inmoralidad no es maligna, es la de un bebé grande que ha tomado la costumbre de vestirse como Haendel o Beethoven y ponerse a hacer unos ruidos prolongados e intolerables». Wagner es también objeto de un nutrido capítulo de envenenados comentarios. Éste, del diario francés Le Figaro en 1876 no tiene desperdicio: «esta música sólo puede despertar los instintos más bajos. La música de Wagner invoca al cerdo más que al ángel. Y lo que es peor, ensordece a ambos. Es la música de un eunuco enloquecido». ¡Ahí queda eso! Otros asimilaron la música de Chopin, Liszt, Mahler o Schumann con la tortura y otros vieron a Beethoven, Chaikovski y Berlioz como creadores vulgares. ¡Aquí no se salva del apuntador! Pero la historia es cruel y a todos acaba reubicando. En la mayoría de los casos apenas nadie recuerda a los escribientes, mientras que buena parte de los insultados están en el canon de la cultura occidental.

Como escribe en la introducción Peter Schnickele, «es bien sabido que las críticas negativas son más entretenidas de leer que las que muestran un respaldo entusiasta... Los críticos que no sienten ningún respeto por el objeto de sus críticas no tienen el menor reparo en alardear de su ingenio incendiario a costa de sus víctimas desventuradas y más o menos indefensas». Hoy los ataques más virulentos ya no se centran tanto en el autor. Son los intérpretes los que reciben mayores dardos. En la ópera, los directores de escena son la diana habitual de los comentaristas de mayor carcundia y, como en siglos anteriores, los intereses creados de algunos críticos -generalmente por músicos frustrados que se lanzan a la escritura- acaban por machacar a sus colegas por un mero ejercicio de sacudirse sus complejos de forma pública y con espectadores-lectores de por medio. Slonimsky, en su magnífico diccionario de vituperios, nos recuerda, en este sentido, que nada hay nuevo bajo el sol.

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