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La lluvia y los bares

Karmelo C. Iribarren consigue trasladar a su verso la épica de lo cotidiano

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El nuevo libro de poemas de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) regresa a algunos de los temas más recurrentes de su obra lírica, que la editorial Renacimiento va reuniendo en las diferentes ediciones de Seguro que esta historia te suena (2005, 2012, 2015), su poesía completa. El propio título de esta nueva entrega, Haciendo planes, supone una verdadera declaración de intenciones, ya que, cuando la poesía está tan cerca de la vida como en el caso de Iribarren, la única posibilidad es seguir escribiendo.

Los diferentes libros que el poeta donostiarra ha ido publicando en los últimos veinte años, desde Bares y noches (1993) hasta La piel de la vida (2013), pasando por La condición urbana (1995), Serie B (1998), Desde el fondo de la barra (1999), La frontera y otros poemas (2005), Ola de frío (2007), Atravesando la noche (2009), Versos que el viento arrastra (2010), Otra ciudad, otra vida (2011) y Las luces interiores (2013), han acabado por configurar una voz poética inconfundible, tanto por el tema como por el tono. Haciendo planes no traiciona esa voz, pero sus poemas se vuelven más autorreferenciales, irónicos y conscientes, de manera que los versos dialogan, por un lado, con la vida cotidiana, pero, por otro, con la propia poesía de Iribarren, a la que hace homenajes más o menos explícitos.

La de Karmelo C. Iribarren es una poesía de línea clara, magnífico ejemplo de lo que Luis Antonio de Villena denominó «realismo limpio», pero también un interesante ejercicio de metalírica. Así, Haciendo planes es una colección de cincuenta y ocho poemas breves de verso corto, todos ellos con título. El volumen, dedicado al novelista Juan Velázquez, se encuentra presidido por una cita de Luis Alberto de Cuenca: «Vive la vida con sus alegrías / incomprensibles, con sus decepciones / (casi siempre excesivas), con su vértigo».

Haciendo planes arranca con La lluvia y continúa con varias composiciones ambientadas en bares, Por el módico precio de un café, Martes, 22, septiembre y Una mañana de miércoles. El autor juega con la ironía y la ruptura de expectativas para ir trazando una historia, la de ese hombre que pasea por la ciudad y observa a sus habitantes desde las terrazas de los cafés, y, de vez en cuando, se cruza con algún antiguo amor: «antiguas novias / que me dejaron / por otros, // y ahora son / muy infelices». El otoño, el amor y la propia poesía se van encontrando y reencontrando con la ciudad en las diferentes composiciones del volumen, algunas de las cuales se refieren a poemas anteriores del autor. Es lo que ocurre, por ejemplo, en No he dejado de buscar, dedicado a Javier Das, donde aparece la figura del padre, desaparecido hace ya muchos años: «Le dije / que buscaba a mi padre / (se había muerto, / pero a mí / me daba igual) // Hace cincuenta años de aquello. // No he dejado de buscar».

Muy interesante es lo que ocurre en el poema titulado La ciudad, en el que Iribarren presenta a una mujer mirando una antología suya que se titula precisamente así: «Mujer que estás mirando ese libro / en el estante de la sección de poesía / sin saber si llevártelo o no; / no te lo lleves, mas, si lo haces, / atente a las consecuencias». En Sábado noche, por ejemplo, el Iribarren de ayer tienta al Iribarren de hoy y se produce la llamada de la noche: «Me acerco / a la ventana: / la noche / me llama / como el pelo desordenado / de una mujer...». Al igual que ocurría en Por el módico precio de un café, los amores perdidos, pasados, regresan en los versos de Historia apenas entrevista y La vida: «La he visto esta mañana, / en una cafetería. // Llevaba tiempo sin saber de ella. // Me miraba / como pidiéndome explicaciones / por lo que le ha hecho la vida».

De todas maneras, si hay una imagen que se repite de forma recurrente en Haciendo planes, esa es la de la luz que asoma por debajo de las puertas cerradas, que nunca se atreve a ir más allá. La podemos encontrar en Extrañezas y Escaramuza fallida de la luz, pero es en Canción rota de despedida, pieza que dialoga de forma explícita con Los paraguas, los taxis, donde Iribarren se despide, en cierto modo, de un tono poético que ha dejado de emplear: «Llovía a cántaros / y no había un alma en la calle, / sólo la noche acercándose / por encima de los tejados, / sólo la noche y tu ausencia / tan enorme / que ni cabía en el aire. // Y no llegabas. Y no llegaste. // Y yo no tenía paraguas. / Y no había un puto taxi. / La madre que te parió». Hasta pronto, amigo Karmelo.

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