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Cirlot inédito

Se publica por vez primera la novela perdida de Juan Eduardo Cirlot, Nebiros, coincidiendo con el centenario de su nacimiento

Juan Eduardo Cirlot. información

El pasado 9 de abril se cumplió el centenario del nacimiento de Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916-1973), poeta, compositor, crítico de arte, coleccionista de espadas medievales, autor de un colosal Diccionario de símbolos y uno de los creadores más fascinantes y desconocidos del siglo XX español. Por poner un ejemplo, el ciclo de libros y poemas que dedicó a Bronwyn, la doncella celta que renace de las aguas en la película El señor de la guerra, dirigida en 1965 por Franklin Schaffner y en cuyas imágenes Cirlot creyó descubrir el mito que daba sentido pleno a su existencia, ha significado una de las experiencias más profundas y misteriosas que he experimentado jamás como lector.

Coincidiendo con este aniversario, la editorial Siruela, que ya editó su poesía completa en tres gruesos volúmenes -Bronwyn (2001), En la llama (2005), Del no mundo (2008)-, pone ahora en circulación por primera vez su única novela, escrita en 1950 y rechazada por la censura por su «moralidad grosera y repugnante» Como afirma su hija Victoria Cirlot en el epílogo, lo extraño no es que la censura no la autorizase, lo verdaderamente inconcebible es que el autor albergara alguna esperanza al respecto.

La novela, profundamente introspectiva, nos narra el deambular por una ciudad portuaria de un personaje sin nombre a lo largo de una noche en vela. El protagonista, un hombre enfermizamente solitario, con una existencia deprimente, atormentada y plagada de dudas existenciales, visita prostíbulos, tabernas y callejones oscuros en busca de una señal que dé sentido a su vida. Su odisea exterior, plagada de encuentros inquietantes y cargados de simbolismo (un viejo borracho en quien cree ver a su padre, ya fallecido; una misteriosa prostituta a la que identifica como Lilith, primera esposa de Adán; una niña abandonada en quien cree -erróneamente- poder hallar una posibilidad de salvación) se va fundiendo con la interior, a través de continuas y desasosegantes reflexiones en torno al sexo, la religión, el paso del tiempo y el dolor.

Una sensación de tristeza y de atemporalidad empapa la novela, algo que no debe extrañarnos en quien escribió unos años después, en su poema Momento: «Mi tristeza proviene de que me acuerdo demasiado de Roma y de mis campañas con Lúculo, Pompeyo o Sila, / y de que recuerdo también el brillo dorado de mis mallas doradas en los tiempos románicos, / y proviene de que nunca pude encontrar a Bronwyn cuando, entonces, en el siglo XI, / regresé de la capital de Brabante y fui a Frisia en su busca. // Pero, pensándolo bien, mi tristeza es anterior a todo esto, pues cuando era en Egipto vendedor de caballos, / ya era un hombre conocido por "el triste"».

Aunque en esta novela probablemente no está el mejor Cirlot, hay que agradecer a la editorial Siruela la labor de recuperación de una obra tan intensa, poliédrica, desconocida y misteriosa como la suya.

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