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Poetas del romanticismo

Prieto de Paula realiza una antología pertinente para el lector e imprescindible para el estudioso

Grande es la responsabilidad de todo antólogo, puesto que tras su antología muchos autores serán los que queden postergados y algunos los que sirvan de semilla para los nuevos escritores. Por eso, en un elocuente discurso sostenido por la erudición y aproximado al lector con clara exactitud, Prieto de Paula ha profundizado en la identificación del Romanticismo: los factores históricos e ideológicos, la presencia del barroco, los grandes autores extranjeros (Rousseau, Wordsworth, Byron, Shelley, Keats, Goethe, Schiller, Novalis, Chateaubriand, Victor Hugo...)...

Para configurar una imagen cabal del Romanticismo español ha escogido un amplio muestrario de poetas; leemos en la página 80: «Es esta una selección de poetas y, secundariamente, de poemas». Con lo que viene a recordársenos que nuestro Romanticismo, aunque sin las altas figuras europeas, no lo conforman solo Espronceda o el tardío Bécquer.

El Romanticismo es el movimiento poético en el que confluyen los anteriores y desde el que fluyen los posteriores, de manera que aún pervive en la conciencia o substrato de la pluma universal. La antigüedad clásica mostró, con Protágoras, que «el hombre es la medida de todas las cosas», lo cual, llevado a su extremo individualizador, se concreta en el yoísmo subjetivo, para el que y desde el que todo es autobiografía síquica. En el Romanticismo no nace el hombre, pero sí el individuo, extendiéndose al yo femenino (Mary Wollstonecraft, Mary Shelley, George Sand, George Eliot, Carolina Coronado, Rosalía de Castro).

El naufragio del yo

Toda escritura es la construcción de un yo egregio y perdurable alternativo al de esta vida. Noble engaño, y fatal desengaño, el de ese yo. Conduce a la ilusión del paraíso en la tierra, entrevisto por los creadores de utopías -San Agustín, Campanella, los optimistas de la razón... Pero la afirmación de Leibniz de que este es «el mejor de los mundos posibles» pronto sería materia de burla en el Cándido de Voltaire, porque siempre el infierno acaba devorando al cielo. Y queda el yo buscador de paraísos, que ya aparece en el primer poeta antologado, Martínez de la Rosa: «¿No me basto a mí mismo?», dice; y en esa búsqueda se contesta con otro de los temas fundamentales, el desengaño del vivir:«... en vez de flores encontré un desierto» (p. 91). Este es el destino del héroe byroniano, gozador y sufridor -grandilocuente, a veces- de sus sueños y sus desengaños.

Pero la poesía es la búsqueda de un lenguaje capaz de revelarnos la sustancia de la verdadera realidad: la que nos hace sentir vivos y revivir a los demás. El yo sentidor necesita otro yo reflexivo para construir entre ambos una lírica elocuente. Se necesita, pues, una razón pulimentadora que amaine la pasión verbalista: una razón sensitiva, que pocos seguirían como Bécquer.

Son muchas las recopilaciones que recogen lo mejor de cada poética, siglo, o milenio. Lo que queda es el poema de validez universal; pero para ello es preciso, primero, entrar en el pajar para encontrar la aguja; y eso, con vocación de selección definitiva, es lo que se hace en esta Poesía del Romanticismo. La unión de estudio introductorio-como marco troncal que sustenta y explica la existencia de un canon- y la subsiguiente antología -que lo ejemplifica en España- hacen de este un libro imprescindible para el estudioso y pertinente para el lector común.

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