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Escribir buenos libros

Las declaraciones por Eduardo Mendoza sobre la baja calidad de los libros que se publican en nuestro país, han levantado un cierto revuelo. Algunos han visto en ellas una crítica a la novela que actualmente se escribe en España. Si nos atenemos a las palabras exactas que pronunció el escritor, quizá no haya para tanto. «A mí me da lo mismo que la gente lea o no lea -dijo el novelista-, y si no lo han hecho hasta ahora, no van a empezar porque yo se lo recomiende. Además, la mayoría de libros que nos rodean no sirven para nada. Son una birria».

Mendoza -como vemos- no habla de la novela en particular, sino que lo hace, de un modo indeterminado, de «la mayoría de los libros que nos rodean». Uno no podría asegurar si la mayoría de los libros que se publican en nuestro país son una birria, pero la cifra de estos no debe ser pequeña. El peculiar sistema de distribución del libro español es, en buena medida, el causante. Añada a esto el lector los títulos procedentes del mundo de la autoedición, y estará de acuerdo en que el juicio de Mendoza no resulta del todo exagerado.

En todo caso, el problema no es del editor ni, mucho menos, del escritor. No creo que la solución pase por prohibir a los autores y editores que publiquen cuanto les venga en gana. ¡Faltaría más! Allá ellos con su dinero y el resultado de sus inversiones. Somos nosotros, los lectores, los responsables de nuestras lecturas; si estas no nos complacen, actuemos con mayor criterio y no nos dejemos embaucar ni arrastrar por las modas.

La solución, como propone Andrés Trapiello, es que los escritores escriban sólo buenos libros. La idea -no cabe duda- es excelente, pero no se me ocurre cómo podríamos llevarla a la práctica ¿Quizá con unos comisarios culturales que juzgaran lo que es y no es publicable?... No es difícil entender lo que propone Trapiello, pero en una cultura de masas escribir está alcance de todo el mundo, y deberíamos alegrarnos por ello. La comodidad que ofrecen los ordenadores han empujado a mucha gente a la escritura, hasta convertirla en un pasatiempo muy agradable. ¿Por qué deberíamos oponernos a ello?

Otra cuestión es el papel de las editoriales, de las grandes editoriales, para ser más precisos. Está claro que estos grupos intervienen de manera muy activa en la formación del gusto del público, lo modelan, actúan, podríamos decir, como verdaderos editores. Tiene razón el profesor Aparicio Maydeu cuando afirma que «la gran empresa editorial lo que quiere es que la imaginación se ajuste a las líneas de lo que ella dicta. Milan Kundera decía que la novela moderna había llegado a ser un instrumento de conocimiento, pero la novela de hoy mayoritariamente ya ha dejado de serlo, es sólo un instrumento de entretenimiento».

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