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Ecos de prensa

Umberto Eco nos dejó el 19 de febrero pasado, tras una vida de incesante actividad

Para muestra, hablaremos solo de su última novela, Número Cero (Editorial Lumen, 2015). Se trata de un sátira con toques tragicómicos sobre el periodismo en Italia, pero también podría ser un manual del redactor poco escrupuloso pero eficaz y una ambigua moraleja sobre las teorías conspirativas y los frágiles resortes del secreto en la llamada sociedad de la información. Como en todas sus novelas, la distancia temporal de los hechos narrados (en este caso, los años noventa: tan lejos, tan cerca) no puede hacernos perder de vista la pretensión de ser leída en clave de actualidad, que ese pasado anticipa como tragedia (ahora, como sabemos, tenemos la farsa).

Estamos en Milán en 1992. Un commendatore interesado en entrar con pie firme en las altas esferas juzga que los medios de comunicación son el primer escalón. Financia un nuevo diario y encarga a un periodista de su confianza que lo dirija. Este contrata a un equipo reducido y todos se ponen a la tarea. Pero con una particularidad. El periódico Domani no ha de salir «mañana». Se trata de un ensayo de periódico destinado a engrasar la maquinaria para una futura salida (un «número cero») o, más probablemente, a amagar su salida y provocar con ello los efectos deseados: la mera insinuación de las noticias que podrían salir -para lo cual bastan unos pocos ejemplares impresos dirigidos a las personas oportunas- hará inútil su efectiva publicación. Se trata de un banco de pruebas magnífico que permite a la redacción reflexionar sobre el oficio, sin la vorágine de la actualidad y sin la necesidad de dar pasto diario a unas rotativas cuya voracidad es tan grande como la caducidad de su producto.

La batalla de la inmediatez

Como Eco no se cansó de repetir, los diarios perdieron su batalla por la inmediatez cuando surgió la televisión, porque cuentan al día siguiente lo que sabemos ya por la pequeña pantalla el día previo: Il Corriere della Sera, Le Soir o el Evening Standard declaran en su cabecera que salen temprano todas las mañanas con las noticias de la tarde anterior. Según él, deberían en cambio servir a la reflexión pausada. Lo que propone en Numero Cero es eso mismo, pero haciendo trampa: deslizar un saber que ya todo el mundo comparte, pero falsificando la fecha para sugerir unas fuentes bien informadas y un arsenal de dosieres jugosos que aguardan su momento. Un saber que no basta por sí mismo y necesita convertirse en poder (pero, ¿cuándo ha sido de otro modo?).

Hagamos, sí, como si tuviera que salir mañana, pero el mañana de un día de hace una semana, o un mes, por ejemplo. Es decir, sin las imprecisiones o torpezas que provoca no solo la urgencia, sino la dosis de apuesta sobre acontecimientos que están en proceso de cocción, y cuyo resultado es incierto. Hagamos que lo realmente sucedido valide nuestras «noticias» (news, nouvelles) a toro pasado, convirtámonos en agudos analistas y perspicaces reporteros de investigación dejando que los hechos nos rebasen y, una vez han pasado ante nuestros ojos y se han serenado, contémoslos con el nervio de lo informativo (todavía informe, pero sabiendo que los hechos la validarán), o saquemos réditos de lo que sucedió pero nosotros anticipamos (con solo poner una fecha de salida anterior, la de ayer o cualquier día previo). Como dice el director del periódico, «nuestras indiscreciones adquirirán un sabor inédito, sorprendente, osaría decir oracular» (p. 35).

Una narración trunca

El discurso de la información es una narración trunca, que no tiene desenlace, porque por definición la actualidad se va haciendo día a día. Por un lado, parece introducirnos en los asuntos in medias res, dando por sabidos unos antecedentes. Y por otro, cada pieza de crónica simplemente termina, no concluye, porque está abierta a la incertidumbre de un devenir que permite vislumbrar varias alternativas. Todos esos apuntes del natural alcanzarán solo retrospectivamente (ya en la historia, digamos), un sentido, en el doble sentido de significado y dirección. Pero, a su vez, la historia palidece ante la ficción narrativa, sea novelística, cinematográfica o televisiva.

Como ya advirtió Aristóteles, mientras en la historia unos hechos suceden después de los otros, en la narración de ficción suceden unos a consecuencia de los otros. En breve, la ficción es un cosmos más ordenado y más inteligible que la historia, y a su vez esta lo es más que el relato diario de la información. De ahí que tanto información como historia necesiten acercarse al modo novelesco para resultar más sólidas: solo manejando un número limitado de personajes y de situaciones, sabiendo qué motivaciones les mueven en cada una de estas, cuál será el desenlace, es posible dar al relato la consistencia, la bella clausura y hasta, eventualmente, la moraleja apropiadas.

Un sistema orquestado

Lo que propone Domani es ver los sucesos con la perspectiva a la vez perfecta (que quiere decir acabada) y efectista de una ficción redonda. Y como mucha trama ficcional requiere (desde Edipo Rey, si no antes), aquí entra en juego el secreto como ingrediente. Eco nos invita a sospechar que todo el sistema de la información está orquestado con el presupuesto de un Gran Domani. Que sea ese Domani el que recorta de los periódicos efectivamente publicados aquello que más vale no contar. En otras palabras, all the news that's fit to print, el motto del New York Times, se refiere, sí, a lo oportuno o digno de ser publicado, pero con exclusión no de lo banal o lo torticero de la prensa rosa o amarilla, sino de lo ominoso o siniestro: lo verdaderamente capaz de ejercer un poder, tener efectos, desatar acciones u omisiones. ¿Qué pasaría si toda la prensa fuera la contabilidad declarada de una empresa social limitada, mientras la caja B mueve en las sombras cantidades ingentes de información sensible? «Los periódicos no están hechos para difundir, sino para ocultar noticias». (p.169).

WikiLeaks -sobre el que Eco escribió textos iluminadores- y todos los sucesivos hitos de las filtraciones de documentos comprometedores (LuxLeaks, SwissLeaks -la lista Falciani-, los papeles de Panamá en candelero, y lo que vendrá?) se dirían la frustración del secreto en la era de las redes y de los hackers, la definitiva revelación de todos los Domani. Pero aquí viene la farsa, para Eco: gran parte del contenido de esas revelaciones ya lo sabíamos o lo sospechábamos, ya circulaba en los mentideros políticos y financieros, incluso en la prensa rosa o amarilla. Y por otro lado, ¿no son los mismos periódicos los que «filtran» la información que les ha sido filtrada, porque los millones de documentos en bruto no le sirven a nadie, y deciden, por tanto, qué secretos revelados comunicar y cuáles otros dejar reposar para Domani?

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