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Yeah! Yeah! Yeah!...

El periodista y productor discográfico Bob Stanley escribe la historia más completa del pop

Bill Haley y Elvis Presley, artífices de la revolución rockera de los años 50 . información

¿Por qué hablamos de amor cuando queremos decir sexo? ¿Cuál es la diferencia entre pop y rock que algunos han querido magnificar? Bob Stanley, periodista musical británico y cofundador de Saint Etienne, cuenta cómo en una rueda de prensa celebrada en 1966, Bob Dylan declaró que Smokey Robinson le parecía «el mayor poeta vivo de Estados Unidos». Las palabras de Dylan debieron de colmar de satisfacción y orgullo al cantante y compositor de R&B y soul, alma de los Miracles, pero nadie informó de su reacción. A nadie le interesaba: a los poppies porque la cosa no iba con ellos, a los puristas porque no es bueno mezclar churras y merinas. El rockismo es una roca y por eso el pop se ha estrellado contra él a lo largo de cincuenta años cuando éste y el rock, en su generalidad, significan exactamente lo mismo en virtud de la atención que le presten las masas o las listas de éxito. Es decir, la popularidad.

La euforia de los Beatles en She Loves You representa la esencia del pop, una de las grandes explosiones de hilaridad juvenil de todos los tiempos. Yeah! Yeah! Yeah! (La historia del pop moderno de Bill Haley a Beyoncé) es una celebración exuberante de lo aparentemente tonto y también de lo sublime: de la revolución musical más refrescante que ha vivido la tierra por parte de la cultura artística occidental. Stanley, como en su día Nick Cohn con Awopbopaloobop Alopbamboom, el libro esencial sobre la música de los sesenta, está a favor de la alegría y en contra del esnobismo, escribe maravillosamente, entretiene con sus historias del pop que son la historia misma de su estallido y hace incluso que el lector vibre y hasta baile con lo que cuenta.

La historia de la música pop es en gran medida la historia de dos culturas populares, la estadounidense y la británica, y su interrelación en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cuenta el autor en el prólogo de su libro, ahora publicado en España por Turner. Del country y del blues a Elvis, el skiffle, el soul y la invasión británica, Dylan y Haigth-Ashbury, el chicle, el ska, el glam rock, el punk, el techno, el metal, el house y el hip-hop, y así sucesivamente evocando las viejas canciones con las que crecimos. Algunas de ellas son auténticas inyecciones de adrenalina en solo un segundo: acordes y riffs de guitarra que han quedado grabados en la memoria, Metal Guru, de T. Rex; las producciones de Berry Gordy para la Tamla Motown, o Da Doo Ron Ron, de las Crystals, por remontarse a los muros de sonido de Phil Spector.

Y ¿cómo empezó todo? Siguiendo una cronología aceptada casi unánimemente, Stanley arranca motores en 1955, el año que Bill Haley y sus Cometas publicaron Rock around the Clock y, del mismo modo que cuenta el autor de Yeah!... resultó que esa era la música que los jóvenes habían estado esperando. «Era la primera vez que una misma canción aunaba una letra sobre una noche de juerga, un solo de guitarra electrizante y un ritmo sólido como una roca, todo ello con el sonido de la batería bien alto en la mezcla». Un éxito internacional: el latigazo que abrió la mente a muchos, como explica Richie Finestra (Bobby Cannavale) en Vinyl la flamante y prodigiosa serie televisiva de HBO sobre la industria discográfica que producen Scorsese y Jagger.

Con Rock around the clock es posible que el corazón del pop empezase a latir de manera distinta, escribe Stanley. Pero la historia de la música popular es un proceso constante de reinvención a partir del mismo momento en que los hit parade empiezan a imponerse:desde el pobre Johnny Ray, a principios de la década de los cincuenta, el rockabilly, el Merseybeat y la psicodelia, se prodiga un eterno retorno. Es ahí donde el autor de esta refrescante historia pone el énfasis.

Elvis, Dylan, los Beatles, los Beach Boys, Abba, entre otros, tienen sus capítulos dentro del libro con una atención especial a sus legados, sin embargo son las anécdotas, o algunas de ellas no suficientemente conocidas, las que marcan la intencionalidad de la obra, por ejemplo el acné que Eric Burdon se niega a enmascarar con maquillaje para mantener la fe de los fans en sus granos.

La materia del pop viene de la tecnología y las corporaciones que lo han mantenido durante décadas huyen hacia nuevos mercados, pero al final siempre quedan los músicos. Como el mismo Bob Stanley explica, los niños. Aunque las corporaciones con la ayuda de la tecnología hayan decidido acabar con los artistas y planee sobre los melancólicos la certeza de que todo ha quedado comprimido en 50 efervescentes años.

Magnífica crónica de una época artística irrepetible que, indudablemente, habría mejorado si la edición española hubiera incorporado un índice onomástico para facilitar su lectura. Es su única pega.

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