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La necesidad de un cambio

El sector clásico precisa renovar estructuras sin perder su esencia

El pianista Lang Lang, tocando en el Oceanogràfic. EFE

La reciente e increíble gira por nuestro país del pianista chino Lang Lang debiera mover al sector a una reflexión sobre la necesidad de modificar determinadas estructuras ancladas en el tiempo que no contribuyen, precisamente, a dar un paso adelante y renovar un mundo cada vez más apartado del centro cultural por dejadez de los poderes públicos, incapaces de sostener líneas de actuación a largo plazo. Ante la desidia institucional conviene un contrataque bien organizado y pensando, capaz de ganar visibilidad sin por ello perder ni un ápice del espíritu que fundamenta lo que convenimos en denominar música clásica.

Lang Lang transita en sus giras mundiales por auditorios llenos. En su país natal su popularidad es tal que ha llevado al mundo del piano a millones de jóvenes que asisten entusiastas a una creciente actividad musical de increíble pujanza. Frente a las alicaídas audiencias occidentales, en oriente el público está rejuvenecido y su presencia es muy relevante en cada convocatoria. Lang Lang tiene tras de sí un impresionante aparato mercadotécnico que se vuelca en cada una de sus acciones. Todo está muy pensado en su desarrollo artístico. Pero es él quien lo controla y lo hace sin renunciar a sus principios. Técnicamente es un intérprete impecable y virtuoso, como muchos otros que, sin embargo, no son capaces de ir más allá. ¿Cuál es la diferencia? Pues no es otra que Lang Lang ha sabido conectar fuera de los cauces clásicos, al igual que artistas como Gustavo Dudamel o Cecilia Bartoli, por poner dos ejemplos de todos conocidos.

Ante estas multitudes, dentro del propio sector surge el desdén y el rechazo hacia los artistas populares. Se considera que no aportan. Esto es un gran error. Hace unas décadas un fenómeno como el de los tres tenores -Pavarotti, Domingo, Carreras- llenaba campos de fútbol y el mundo de la ópera ponía mohines ante aquel formato. Sin embargo la fórmula acabó beneficiando a los teatros y muchos acudieron después a ver ópera a sus espacios más ortodoxos. Estoy seguro de que el buen momento que actualmente atraviesa la lírica, entre otras variables, algo tiene que ver con aquellos macroconciertos líricos. En contraposición, el mundo del concierto clásico presenta ya síntomas agónicos. Ante esto, algunos responsables optan por regalar entradas -preámbulo de la muerte súbita- y otros por «renovar» a base de conciertos-espectáculo que de poco sirven, más allá de mostrarnos una caricatura de un modelo de concierto que puede evolucionar pero que, en sí mismo, tiene valor relevante y contrastado. Lang Lang no necesita tocar haciendo piruetas. A España llegó interpretando música de Bach, Chopin y Chaikovski, en un recital de forma y fondo nada heterodoxo. Es un músico joven, de largo recorrido, y en él y muchos de su generación reside la responsabilidad de consolidar un relevo que identifique a las nuevas generaciones con el circuito clásico. La renovación es una asignatura pendiente, pero hay que hacerla bien, utilizando todos los recursos que nuestra civilización pone al alcance de la mano. No hace falta inventar la pólvora, tan solo apostar por un mundo más abierto y conectado, por una confluencia de factores que en España costará aún más ante el lamentable estado cultural de los medios de comunicación. Afortunadamente, todos los nuevos receptores han comenzado a gestionar la información a través de las redes sociales. Ahí está uno de los caminos a explorar.

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