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Rosalía Banet: «Es muy duro ser mujer en el mundo del arte»

«La sociedad de consumo nos moldea a su antojo», lamenta la artista madrileña

Rosalía Banet: «Es muy duro ser mujer en el mundo del arte»

Tu relectura del entorno: Las estructuras y roles culturales -inoculados desde la más tierna infancia-; la mirada colonizadora y presuntamente científica; la uniformidad; la identidad ¿hay que cambiar tantas cosas, no?

Pues sí, en este terreno, aún queda mucho por hacer. Arrastramos una herencia muy pesada. Llena de prejuicios y desigualdades; generadora de injusticias y marginación. Son estructuras muy arraigadas en nuestra sociedad y son difíciles de cambiar, sobre todo cuando desde los gobiernos no parece haber ningún interés por cambiarlas, más bien al contrario. Mientras se siga recortando y dejando en un segundo plano la educación y la cultura, estaremos dando pasos de cangrejo. Aunque me temo que los gobiernos cada vez tiene menos que decir. Estamos en manos de las grandes multinacionales y sus intereses. En muchos de mis trabajos retrato nuestra sociedad como un gran supermercado en el que el ser humano ya ni siquiera es el cliente, más bien nos hemos convertido en un producto más de consumo, sin apenas capacidad para tomar decisiones. Pues desde los medios de comunicación nos manipulan e imponen ideas, ideales, deseos, actitudes, etc. Al mismo tiempo que nos venden un producto, nos venden una forma de vida, unos valores, una identidad, etc. La sociedad de consumo nos moldea a su antojo.

Estarás harta de que te cuestionen el sentido feminista de tu discurso, como si este no estuviera implícito en tu ADN, en tu obra, inseparable de tu posicionamiento de género. ¿Es que esto avanza muy lento?

Demasiado lento, sobre todo para las que sufrimos las consecuencias. Es muy duro ser mujer en el mundo del arte, resulta muy frustrante toparse con la barrera invisible del machismo, sobretodo porque parece existir un maquiavélico mecanismo por medio del cual, hagas lo que hagas, siempre es en tu contra, si no protestas, mal porque tragas y sufres, y si protestas peor porque te cierras puertas. Para mí, no hay ninguna duda sobre la diferencia de oportunidades entre hombres y mujeres ni en la sociedad, ni más específicamente en el sector del arte, aunque en este segundo me cuesta más entenderlo, porque se presupone es un mundo más abierto y tolerante, un espacio para las libertades, pero?

Durante los primeros años de mi carrera mi trabajo se centraba en cuestiones de identidad y género, con un carácter abiertamente reivindicativo y feminista. Y aunque hoy en día mis proyectos estén más enfocados hacia otros temas, el feminismo sigue estando presente, pues es parte de lo que soy. Así que aunque no sea el objeto principal de cada uno de mis trabajos, continúa estando ahí. Es parte de mi manera de trabajar. En cada proyecto nuevo aparecen nuevas ideas, pero esto no significa que las anteriores desaparezcan, no son anuladas ni reemplazadas por otras, es más bien un suma y sigue. Es una consecuencia natural que deriva de la continuidad de mis proyectos. Así, de una idea surge otra, una reflexión da lugar a otra, y así va construyéndose mi proyecto artístico. Todo suma, todo aporta y lo nuevo supone una mirada sobre lo anterior.

La ternura, delicadeza, blandura, bondad, de tus piezas ¿Es una manera de compensar, de contrarrestar, que nos cuesta mostrar el miedo, el dolor, el sufrimiento, la impotencia, el interior, la inquietud, las dudas, los deseos, las frustraciones?

Es en realidad una estrategia, una especie de trampa. Por un lado, juego con el contraste entre la dureza del concepto y su representación a través de una estética suave, alegre, dulce; como vía para llegar al espectador, para permitir su acercamiento y por tanto la lectura de la obra. Aunque, por otro lado, no busco la comodidad del espectador, no intento agradar, sino todo lo contrario, prefiero crear inquietud. La inquietud que surge al traspasar la piel y profundizar en las entrañas de lo establecido. Y es que los medios de comunicación con su inmediatez y su mirada en superficie ha promovido una mirada superficial y vacía sobre todo y, generalmente, hay que rascar un poco para llegar a la verdad de las cosas.

Cartografías del dolor (2013), Constelaciones dismórficas (2015). Conflictos, desequilibrios? ¿Los mapas reubican? ¿Es necesario distanciarse, tomar una cierta perspectiva?

Siempre me ha interesado representar territorios, pero casi siempre han sido territorios interiores o íntimos, que van desde lo corporal a lo mental o sentimental. En Cartografías del dolor mezclaba mapas geográficos de diferentes países con mapas de piel, de sangre, de vísceras o huesos, estableciendo una relación entre unos cuerpos y otros. Mostrando la fragilidad de ambos territorios, el corporal y el de la tierra. El proyecto reflexionaba sobre la artificialidad de las fronteras, sobre la estructura geopolítica que gobierna el mundo y nuestro cuerpo, un sistema impuesto por medio de la sangre, que va contra natura, que separa y abre brechas que nos duelen a todos, aunque no por igual. Constelaciones dismórficas es un proyecto que he presentado hace poco en Madrid, en la Twin Gallery. Supone una reflexión sobre el ser humano dentro de un mundo cada vez más deshumanizado y alienador. Un sistema que nos hace vivir en permanente conflicto y desequilibrio con nuestra esencia y entorno. El proyecto está formado por una instalación: Simulacro de universo humano que representa un mapa celeste nocturno; pero la mirada ha sido invertida, no señala hacia arriba, no muestra el exterior, sino todo lo contrario, es una mirada a lo interno, a lo propio y cercano. Una mirada que enseña nuestra pequeñez, pero al mismo tiempo nuestra inmensidad, comparable al universo. Es por tanto una mirada holística, que todo lo relaciona, que va desde lo individual a lo espacial, de lo conocido a lo desconocido, de lo cercano a lo lejano.

Tu tesis doctoral versaba sobre Arte y sida en España (2003) ¿cómo ves este asunto más de una década después? ¿Nos olvidamos de lo que ya no es inminente noticia?

Cada vez más frecuentemente, los medios de comunicación nos bombardean con grandes amenazas, con mensajes aterradores, con noticias escalofriantes, que después de unas semanas, sino menos, simplemente, se evaporan. Desaparecen de nuestras vidas y nos hacen sentir de nuevo sanos y salvos. La primera vez que una gran noticia me impacto tan terriblemente fue la desatada por la pandemia del sida. Aunque sólo era una niña, me causó una gran conmoción, más allá de las devastadoras consecuencias de la enfermedad, por el pánico que la enfermedad desató. Supongo que por eso, años después, decidí escribir mi tesis doctoral sobre esta gran tragedia. A pesar de los tratamientos, las cosas no han cambiado tanto desde entonces. Siguen creciendo los casos de enfermos de sida y, aunque la presión social ha disminuido, estos continúan sintiéndose señalados. El silencio los hace invisibles, pero no quiere decir que no estén ahí, sufriendo.

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