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Cristal del deseo y del recuerdo

Las impecables Cate Blanchett y Rooney Mara protagonizan Carol, última cinta de Todd Haynes

Cristal del deseo y del recuerdo

Ortega decía que Velázquez era capaz de pintar la tesitura del aire, la atmósfera espacial en la que viven sus personajes retratados. Los cineastas en ocasiones son capaces de filmar la tesitura espacial y dramática que envuelven palabras, gestos o miradas, retratadas como huellas indelebles que impregnan el paisaje de sus vidas. Es el caso de Carol (Todd Haynes, 2015), basada en la novela de Patricia Highsmith El precio de la sal y publicada bajo pseudónimo en 1952. La película se inicia con un elegante plano secuencia que arranca en un plano detalle de una retícula de ventilación de una estación de metro para después deshacerse esta imagen casi abstracta en un recorrido panorámico por las calles del Nueva York de los años cincuenta. Los planos detalle de las manos enmarcan el silencio y la pasión contenida de sus protagonistas, una mujer casada y una joven fotógrafa.

Hay un poderoso argumento visual que recorre la película como símbolo poético. El cristal como pantalla que esconde y oculta lo indecible, lo inefable: la indeterminación y ambigüedad de los sentimientos de las dos mujeres protagonistas, Carol (Cate Blanchet) y Therese (interpretada por la deslumbrante Rooney Mara, cuya fragilidad recuerda a la de Audrey Hepburn). Cristal que protege, que otorga seguridad al que se halla tras él, como el visor que separa la cámara fotográfica de la realidad. Cristal como reflejo espectral de los recuerdos y los anhelos, pues la mayor parte de la historia que describe Carol se despliega a través de un flashback sugerido por el vaho que empaña el cristal de un coche tras el que se esconde la mirada de Therese. La imagen del cristal encierra así un pensamiento visual que, además, remite a nuestro presente, donde la pantalla se ha hecho omnipresente en la vida cotidiana, cuyo deseo de inmediatez e instantaneidad se muestra a través de un filtro que convierte todo lo que vemos en una representación.

Para configurar este universo poético, Todd Haynes se inspiró en el cine de Douglas Sirk y en Breve encuentro (David Lean, 1945). Otra película que me ha venido a la memoria tras ver Carol es The deep blue sea (Terence Davis, 2011), cuya historia de amor empieza y acaba en una ventana. Si en Lejos del cielo (2002) Haynes retrataba el mundo impoluto y perfecto de los melodramas de estudio, en Carol la sombra de la posguerra es reconocible en la representación más realista de Nueva York, sin ocultar su suciedad y degradación. Haynes y su director de fotografía Ed Lachman son admiradores de la pintura de Edward Hopper, cuya composición espacial y cromática late en alguno de los encuadres de Carol. Pero, además, cineasta y fotógrafo dieron forma a esta cuidada atmósfera visual revisando la obra de diversos fotógrafos de esa época, como es el caso de Saul Leiter (1923-2013), de quien destaca el cineasta: «Él es conocido por disparar a través de las ventanas, por sacarle provecho a los juegos de reflejos. Su trabajo es, de alguna manera, impresionista debido a estos exquisitos cuadros con la intensa paleta de tonos y los destellos de color. Lo hicimos de manera muy consciente; por ejemplo, poner al sujeto a un lado del vidrio y mediante los filtros acceder al elemento central de la imagen. Creo que el lenguaje visual es una forma de simplemente revelar el acto de mirar». También de las fotógrafas Ruth Orkin (1921-1985), Helen Levitt (1913-2009) o Vivian Maier (1926-2009), cuya obra fue descubierta años después de su muerte por John Maloof, tal y como nos cuenta en su recomendable documental Encontrando a Vivian Maier (2014). Haynes rinde tributo a esta serie de fotógrafas al hacer de Therese una amante de la fotografía, quien, curiosamente, al principio sólo se dedica a retratar «pájaros, árboles o ventanas» hasta que la presencia de Carol hace de su imagen un deseo persistente del objetivo de su cámara.

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