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La mirada del viajero

El escritor leonés Julio Llamazares hace un recorrido por lugares míticos de nuestra geografía

La mirada del viajero

Hace unas semanas Julio Llamazares, escritor y viajero infatigable, visitó nuestra ciudad para contarnos su más reciente aventura, un recorrido por los caminos y territorios nombrados o intuídos por Cervantes en su novela, tal y como hiciera cien años antes Azorín en La ruta de Don Quijote. En aquel encuentro Llamazares hizo una apasionada defensa del viaje como metáfora por excelencia de la vida, así como de la importancia y el carácter fundacional de los libros de viajes en todas las literaturas. Desde el Éxodo al Quijote, pasando por la Odisea, la Anábasis, la Guerra de las Galias o El libro de las maravillas de Marco Polo, cada cultura, cada nación, ha nacido y se ha enriquecido gracias a narraciones que plasman esos primeros instintos de la naturaleza humana: regresar y contar lo que se ha visto; escuchar las palabras del que regresa.

El libro que ahora comentamos no es el primero en el que el autor nos comparte sus andanzas por una España peculiar y alejada de tópicos. Así, si en El río del olvido (1990) el viajero Llamazares recorría a pie el curso del río Curueño, reencontrándose con los lugares olvidados de su infancia, y en Las Rosas de Piedra (2008) visitaba una a una las catedrales de nuestra geografía, tan desconocidas la mayoría de ellas, en este Atlas de la España imaginaria (que, por cierto, no es un atlas ni falta que hace) el autor posa su mirada en unos territorios reales pero cargados de resonancias míticas y literarias, lugares de naturaleza híbrida cuya existencia física se ha ido difuminando por efecto de la memoria colectiva y la sabiduría popular hasta casi convertirse en territorios de ficción.

Comienza su viaje en esa tierra de Jauja en la que, según nos contó Lope de Rueda, a la gente le pagan por dormir y que descubrimos sorprendidos que se encuentra nada más y nada menos que en Córdoba. Nos da mil y una razones para quedarnos absortos en Babia, comarca apacible y melancólica situada entre León y Asturias. Oscila, indeciso, en esa tierra de nadie que queda entre Pinto y Valdemoro, a pocos kilómetros de Madrid. Visita Alcalá de Ebro, localidad aragonesa cuyos habitantes nombraron a Sancho Panza gobernador de uno de los lugares más famosos de nuestras letras: la ínsula Barataria. Recorre el salmantino valle de Las Batuecas, silencioso paraje donde san Juan de la Cruz encontró esa música callada, esa soledad sonora de la que dejó constancia en su vida y sus escritos. Se pierde, como aquel alférez extraviado tras la batalla de las Navas de Tolosa que dio origen al dicho popular, por esos cerros de Úbeda a los que han cantado, entre otros, Machado y Muñoz Molina. Termina Llamazares su periplo geopoético regresando a la provincia de Córdoba, a Fuente Obejuna, poblado en el que probablemente jamás estuvo Lope de Vega pero cuyo nombre, aunque con errónea ortografía, se ha convertido en sinónimo de la unión del pueblo contra sus opresores (o de la barbarie y cobardía de las masas, según se mire).

A las palabras de Llamazares se añaden unas estupendas ilustraciones de David de las Heras y unas fotografías de Navia que, por poner una única pega a la exquisita edición de Nórdica, hubiésemos preferido insertadas en el texto y no al final del libro. Sea como sea, un viaje literario soñado y muy, muy recomendable.

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