Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El corazón de la noche

¿Qué películas escogeríamos para un artículo que relacione el cine con la parte más oscura del día?

Me proponen, a largo plazo, escribir un artículo extenso sobre la noche en el cine, o en torno a películas nocturnas. Como el inductor del asunto es un amigo y nos sobra tiempo para vernos, no aclaramos los detalles y todo queda, por el momento, en la propuesta. Pero a mí me deja con la idea bullendo en la cabeza y lo primero que aparece en ella, es, lógicamente, una sucesión de títulos que hacen explicita referencia a la nocturnidad: La noche del cazador (Charles Laughton), ¡Jo, qué noche! (Martin Scorsese), Noches blancas (Luchino Visconti). Pero sé que, de abordar el encargo, no tendré que ceñirme a tan directa referencia. La noche, con sus tinieblas, con sus miedos objetivos y subjetivos, con la impunidad que proporciona al vicio y al placer, a la ambición y la conspiración, es esa capa oscura, no exenta de magia y encanto, que ha inspirado cientos de películas cuyos títulos no hacen alusión a la parte del día carente de luz, y que están en la mente de todos los cinefilos: desde el baile nocturno y veraniego de Picnic (J. Logan), hasta la atmosfera sombría, noche eterna, de Frankestein ( J. Whale), pasando por la descripción de sus criaturas perdidas en la jungla urbana de La travesía de Paris (C. Autant Lara).

Con estos pensamientos me cuelo en el cuarto de los DVD y busco películas sobre el asunto. Al final, tras un par de horas, olvidado casi el propósito inicial, doy con dos títulos en glorioso blanco y negro que reviso en el reproductor y que no me resisto a dejar de comentar en esta caprichosa sección sobre cine enlatado para curiosos y nostálgicos.

La primera es una obra magnífica: Chantaje en Broadway de Alexander Mackendrick (1957) con Burt Lancaster haciendo de famoso y megalómano columnista de un diario newyorkino, y Tony Curtis, convertido en su perro de caza, en un agente de prensa que le proporciona el material con el que el periodista alimenta a millones de lectores, influye en sus conciencias y es capaz catapultar a la fama a quien cita o de hundir para siempre a quien critica. Dos personajes turbios y mezquinos que se odian tanto como se necesitan, dos habitantes de la noche que se mueven en un Manhattan de luces de neón como pocas veces se ha visto fotografiado en el cine, por Times Square y sus alrededores plagados de bares y nights clubs donde se cuecen las primeras planas de todos los diarios y convive lo mejor y lo peor de la política y las artes, los espectáculos y los deportes, lo más selecto de la mafia. La historia, rozando el puro noir, es una suerte de pesadilla alentada por la ambición y la consecución del éxito a cualquier precio, una estampa social sin otra moraleja que la tregua del amanecer, cuando el tibio sol ilumina los rascacielos y Mackendrick pone el the end a un filme antológico de atmosfera nocturna fotografiado por James Wong Howe.

La otra película es un thriller de enorme interés, a la sombra sin duda de Perdición de Billy Wilder, con la que tiene algunos puntos de contacto: La casa número 322 de Richard Quine (1954), con Fred MacMurray repitiendo casi idéntico papel al que hiciera junto a Barbara Stanwyck y una historia bastante similar: la de la mujer fatal con licencia para hundir a tipos con más consistencia que el Titanic. En este caso una debutante: Kim Novak, sobre la que Cabrera Infante dijo aquello de que era «una principiante con poco que aprender y mucho que enseñar». La noche turbia en una ciudad de provincias y otra coincidencia: la similitud con La ventana indiscreta de Alfred Hitchcocok que, curiosamente, se rodó ese mismo año. Erotismo para voyeurs en blanco y negro. En una escena dos agentes vigilan a la Kovac con unos prismáticos mientras ella deambula por su apartamento y uno de ellos dice una banalidad: «Para mí es una chica como las demás». Y el cronista piensa «Vaya, un policía ciego». Pero no es así, el poli en cuestión está mirando a otra ventana en la que se encuentra, nada más y nada menos, que Dorothy Malone. Y es que en este cine de los años cincuenta todos los gatos son rubias. Y maullan al anochecer.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats