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Un lugar para el reencuentro

Desprendimiento, es una reunión de versos del escritor y periodista Mariano Sánchez Soler

Descubrí a Mariano Sánchez Soler poeta en 2004, cuando publicó en el número 5 de la revista de poesía Ex Libris Cuatro destellos de naufragio, una plaquette compuesta por los poemas Velero, Algas, Labios y Besos. Entonces averigüé que ya había dado a las prensas cuatro libros de poemas, Walking Blues (1978), La ciudad flotante (1983, Premio Álvaro Iglesias), La ciudad sumergida en el mar (1993) y Fuera de lugar. Poesía (1972-2000) (2001), antología publicada por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert. Además, tenía un libro inédito, Almar, de 1978, que recibió el Premio Alcudia de Poesía. Aunque se trata de un curriculum poético bastante amplio, lo cierto es que Mariano Sánchez Soler (Alicante, 1954) es mucho más conocido por su producción ensayística, narrativa y periodística, de ahí que este nuevo libro, Desprendimiento, haya supuesto un verdadero reencuentro lírico con el poeta Mariano Sánchez Soler.

En su regreso a la poesía, Sánchez Soler ha optado por un tono desencantado, que logra gracias a su verso breve, directo, sin concesiones a la retórica. Su poesía, en este sentido, no difiere demasiado de su prosa, ya que mantiene un estilo, si no totalmente homogéneo, sí al menos coherente. Cine, música y paisajes muchas veces urbanos se dan cita en una poesía esencialmente vital, pero con cierto aire de desencanto y de pérdida.

Desprendimiento es un volumen que cobra especial relevancia en la ya dilatada trayectoria literaria del autor, ya que está dedicado a sus hijas y a su compañera de muchos años, Ana Paula Cid, que falleció recientemente tras una larga enfermedad. Todo eso está presente, si bien de una manera velada, en los versos del libro, en el que encontramos muchos indicios de desprendimiento y de despedida, pero jamás de renuncia. Y es que, eso sí, Mariano no se rinde jamás, no flaquea en ningún momento y lucha hasta el último aliento.

Una cita de Antonio Machado, «Hoy es siempre todavía», preside todo el volumen, que se divide en tres series de poemas: [Para los que viven], [Amor y adversidad] y [Qué hacer], que constan de 17, 14 y 19 composiciones, respectivamente. Borges decía que Dante había construido La divina comedia para encerrar en su interior la belleza y el recuerdo de Beatriz. Pues bien, algo de eso hay en Desprendimiento, que pone en verso una existencia en común y crea un espacio poético en el que Ana Paula sigue viviendo.

En la primera parte del libro, [Para los que viven], Sánchez Soler esboza la historia de un fracaso generacional, que se va perfilando en poemas como Defensa, Transición o Manos abiertas. Ahora bien, frente a la renuncia y a la rendición de otros compañeros, el yo lírico no se doblega, como comprobamos en los versos de Todavía: «Seguir en pie, / combado sobre rocas / afiladas de angustia / y de cuchillos; / sin luz, sin horizonte; / solo con el presente / a ras de suelo. // Seguir en pie / sabiendo la verdad, / tenaz, vapuleado / por hechos decisivos. // He de seguir en pie».

La segunda parte, en cambio, titulada [Amor y adversidad], ofrece un cancionero amoroso en el que los amantes descubren que han envejecido juntos, como ocurre en los deslumbrantes versos de De repente: «Tenemos hijos para regresar a la infancia / y ver la juventud como una gran promesa. [?] Pero cuando se marchan / ¡nos hacemos tan viejos de repente!». Sin embargo, algo inesperado acontece y este cancionero se tiñe de desdicha. Ya lo anuncian dos piezas sobre la hermana muerta, In memoriam y Ausencia temprana, pero se evidencia en Perdido, único poema con fecha de todo el libro (22 de octubre de 2012), que concluye con estos versos: «Mi amor, solo hay paredes / encaladas de negro / por la desesperanza, / pero no habrá final / mientras estemos juntos».

En los poemas de la última parte, [Qué hacer], el poeta se descubre ya viejo y echa la vista atrás, y lo que contempla es su vida. A veces, como en Resaca, el mar se convierte en metáfora de la existencia («Veo el mar sin las olas de mi vida, / con la certeza de haberlo intentado»); en ocasiones, la vida es un cine, como ocurre en Patio de butacas, pero también un duelo al atardecer, según leemos en Tombstone: «Se me hace tarde ya, debo marcharme, / pero debéis saber / que me enfrenté a la vida / como en un duelo a muerte, / mirándola directamente a los ojos».

Al cabo, todo en la vida es desprendimiento.

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