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Horizontes sombríos

Los odiosos ocho de Q. Tarantino y El renacido de A. González Iñárritu parecen dos películas destinadas a marcar los nuevos caminos del western en su continuo paseo entre el olvido y la recuperación. Aunque tal vez, lo que han hecho, es erigirse en una suerte de síntesis que consagra, por su calidad, espectacularidad y autoría, las tendencias marcadas por producciones de menor fuste que han venido apareciendo durante estos últimos tiempos. El filme de Tarantino, consecuente con el estilo del autor, marcado por la literatura del pulp, los comics y el tremendismo de la serie B, destaca a primera vista por su culto a la violencia y su aproximación al universo gore. El de Iñárritu transita con más justificación por idéntico sendero en aras de una visión realista de la supervivencia del individuo en una naturaleza y una sociedad primaria, casi salvaje. Ambos participan de una visión dura y sombría del oeste antaño luminoso, despojado de su épica y del optimismo moral que se sobreponía al enfrentamiento entre el bien y el mal a la hora de narrar los orígenes de un país. No es una tendencia que surge de la nada. El llamado western crepuscular, con obras como Los vividores (1971) de Robert Altman, o los aldabonazos de filmes como Grupo salvaje (1969) de Peckinpah y Sin perdón (1992) de Clint Eatswood, están detrás de la crispación del paisaje, de la crudeza de la violencia y de la visión crítica, casi penitencial, sobre el final de la tierra prometida y la destrucción del paraíso. Los odiosos? y El renacido, tan distintas, tan buen cine, tan espectacularmente polémica e irreverente la primera, como clásica la segunda, renovando la hostilidad de la naturaleza de su obra de inspiración -El hombre de una tierra salvaje (1971) de Richard C. Sarafian- conforman el estado actual de la cuestión en el género: el western sombrío, duro como la embestida de un búfalo.

Una serie de filmes recientes parecen confirmar la tendencia que, alejándose del tono de la balada clásica, heroica y complaciente, se acerca hacia el realismo siniestro o el arrebato iconoclasta. Uno de ellos es Bone tomahawk (2015) de S. Craig Zahler que emparenta con Los odiosos? no solo por la presencia de Kurt Rusell componiendo un personaje similar al de la película de Tarantino, sino por su voluntad de romper esquemas recuperando la libertad temática del tebeo -en la línea de la fallida Aliens y cowboys (2011) de John Favreau- y la irreverencia de la sangre y el terror. Setemberdawn (2007) de Christopher Cain, por su parte, es la revisión, impensable años atrás, de un episodio negro de la historia de la colonización: la brutal matanza de los miembros de una caravana, en Mountain Meadows, a manos de una comunidad de fanáticos mormones. Deuda de honor (20 15) de Tommy Lee Jones, sin duda una de las mejores películas del año pasado, es el viaje doloroso de un viejo y una mujer solitaria que han de trasladar a tres mujeres dementes en una diligencia desde Nebraska a Iowa, sorteando toda clase de peligros: los que pueblan el indómito territorio y aquellos que ha generado la propia sociedad de los pioneros y que anida en el corazón de los protagonistas condenados a una lucha desproporcionada y a una anónima redención. No hay lugar para la complacencia. Como no la hay, tampoco, en el más insólito de estos nuevos westerns: El valle oscuro (2014), de Andree Prochaska, un filme austriaco, rodado en los Alpes, cuya acción transcurre en una pequeña población de estas montañas, a mediados del siglo XIX, y que nos habla de la universalidad del género y de la posibilidad de ser adaptado dentro de la cultura europea respetando algunos de sus códigos: el paisaje indómito y soberbio, la lucha del hombre por conquistarlo y las pasiones que afloran en cualquier poblado fronterizo.

Prochaska, con estos mimbres, urde una morosa historia de cruenta venganza y de suspense, un cuento tenebroso en unos parajes nevados que podrían intercalarse en cualquier escena de El renacido y que buscan las raíces del mal en una sociedad que fue transportada al nuevo continente. El western, en resumen, en su condición de Guadiana, surge de nuevo con otros aires; aunque tal vez sería masapropiado decir «con otros vientos», los que soplan en esta turbulenta segunda década del siglo XXI.

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