Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La familia y otros cereales

El estreno de Sánchez Bellocchio ofrece una disección del microcosmos familiar contemporáneo

El primer libro de Tomás Sánchez Bellocchio (Buenos Aires, 1981) remite al célebre comienzo de Ana Karenina, según el cual todas las familias felices se parecen entre sí, pero las infelices lo son cada una a su manera. Sin embargo, las familias disfuncionales que protagonizan Familias de cereal (Candaya, 2015) se esfuerzan denodadamente por aparentar una armonía superficial y por representar una convivencia entre feliz y lánguida.

Los doce cuentos del volumen ilustran una peculiar adaptación de la teoría del iceberg postulada por Hemingway, pues la cáscara costumbrista esconde en su interior una realidad inquietante que solo asoma en el desenlace de estas narraciones. El principal acierto de Sánchez Bellocchio consiste en su equilibrada mezcla entre ironía y crueldad, ternura y desasosiego, inmediatez referencial y distancia sentimental. Aunque los relatos acogen todas las edades del ser humano, la mayoría reflejan la transición de la adolescencia al mundo adulto, lo que le permite al autor reproducir los ritos pasajeros de un tiempo no muy remoto donde aún existían los radiocasetes y las cintas de vídeo, donde la publicidad no había perdido su aura primigenia y donde Internet era un mantra enigmático y abracadabresco. No obstante, la nostalgia del pasado reciente sirve como pretexto para desmontar todo un sistema de vínculos, desde los lazos de sangre hasta la red de las redes sociales. En el cajón de sastre de la identidad caben los abismos de la locura, los desvaríos obsesivos o los hábitos autodestructivos de una brumosa clase media. Así, la atmósfera realista acaba diluyéndose en su reverso sombrío: una fantasía de lo cotidiano que arranca de los desórdenes afectivos para evidenciar la intemperie de la organización colectiva. No en vano, Interrupción del servicio, Ciudad de cartón o Mitad de un hermano pueden leerse como alegorías de un país escindido entre señores y criados, ciudadanos y cartoneros, adolescentes confusos y adultos instalados en el solipsismo. Sin embargo, si estos relatos no se insertan en el perímetro del neocostumbrismo, menos aún responden a las convenciones de la literatura de tesis. Se diría que Sánchez Bellocchio disfruta moviéndole las baldosas al lector: cuando este cree reconocer las desavenencias domésticas que se despliegan en las películas de Daniel Burman, un giro imprevisto lo lleva a Borges, Quiroga, Arreola, Monterroso o Kafka, por mencionar a cinco autores citados en Animales del imperio. Para Sánchez Bellocchio, la anécdota es la partícula elemental de un microcosmos atomizado, donde el frecuente uso de la primera persona favorece una asimilación con la voz -no siempre fiable- de los narradores. Al igual que las grabaciones domésticas a las que se entregan con fanatismo entusiasta sus personajes, los cuentos de Familias de cereal parecen transmitir «una felicidad instantánea, sin peripecia ni perdedores», pero terminan revelando el inconsciente colectivo de una época llamada finales del siglo XX y de un lugar conocido como Buenos Aires.

Todo ello no sería posible sin una prosa versátil, envolvente y dinámica, que en ocasiones flirtea con la imagen poética y que a menudo registra con asombrosa verosimilitud las inflexiones del discurso oral. Como en cualquier libro de relatos, no todos brillan a la misma altura: para quien suscribe, Hacedor de dinero o La chica del norte enseñan demasiado pronto sus cartas, mientras que Familias de cereal, Fidelidad de los perros o el espléndido La nube y las muertas constituyen las cumbres de un estilo feroz y compasivo, que disecciona el universo familiar con una lucidez implacable. En suma, la ópera prima de Sánchez Bellocchio supone un debut deslumbrante, que demuestra que la buena literatura siempre es un arma cargada de sentido.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats