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Por qué leer a Brautigan

La editorial Blackie Books recupera Un detective en Babilonia, otra divertidísima novela de este extravagante y maldito escritor

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Continúa Blackie Books recuperando la narrativa completa de Richard Brautigan (1935-1984) con la publicación de esta nueva entrega, la quinta ya tras La pesca de la trucha en América, Un general confederado de Big Sur, En azúcar de sandía y El monstruo de Hawkline. Para quien aún no le conozca, aquí van algunos motivos por los que leer a Brautigan.

En primer lugar, por los títulos de sus obras. A mí, qué quieren que les diga, un autor que escribe un libro titulado La pesca de la trucha en América y cuyo contenido es el que es (y quien lo haya leído, sabe a lo que me refiero), cuenta con todas mis simpatías y me ha ganado para siempre como lector.

En segundo lugar, por su vida. No es que necesariamente vida y obra tengan por qué relacionarse. Algunos de los libros más fascinantes que se han escrito son obra de autores con una existencia terriblemente gris, y viceversa. Pero en el caso de Brautigan su vida ofrece suficientes momentos de delirio y desdicha como para que sus libros resulten, cuando menos, diferentes a todo y profundamente personales: abandonado de niño por sus padres, recluido en una institución mental, abanderado del hippy way of life, novelista maldito y contracultural, autor de un eventual e inesperado best seller, alcohólico depresivo y finalmente olvidado suicida (no se sabe la fecha exacta de su muerte; su cuerpo fue encontrado, medio devorado por los gusanos, varios días después de pegarse un tiro). Una existencia movidita, como vemos.

Y por supuesto, lo más importante, leemos a Brautigan por el contenido de sus libros. En realidad, no sé si tiene mucho sentido contar de qué va esta novela. Los argumentos de Brautigan son tan escurridizos, tan llenos de divagaciones, meandros, apuntes y paréntesis que se nos escapan como granos de arena entre los dedos si intentamos analizarlos desde una perspectiva medianamente lógica o académica. Diremos solo que Un detective en Babilonia, publicado por primera vez en 1977, es una divertidísima e inclasificable revisión de la novela negra más clásica (donde no faltan policías durísimos, detectives privados sin un centavo, rubias de infarto y cadáveres robados) pasada por el tamiz onírico y surreal característico del autor. Vamos, como un cruce imposible entre el Dashiell Hammett más cínico («El viejo italiano se parecía a Rodolfo Valentino, si Rodolfo Valentino hubiese sido un viejo italiano que hacía bocadillos y se quejaba de la gente que se ponía demasiada mostaza en sus bocadillos»), el Bob Dylan más lisérgico (capítulos como La temporada de béisbol del año 596 a. C. o Pedro y sus Cinco Románticos parecen sacados de un viejo disco del señor Zimmerman) y el Ramón Gómez de la Serna más canónico (¿no son pura greguería frases como «Tenía una voz que hacía que Pearl Harbor pareciese una canción de cuna» o 3Sus palabras estaban sequísimas cuando salieron de su boca. Sonaba como si estuviese hablando el desierto del Sahara»?).

El protagonista, C. Card, es un detective privado arruinado, con dos agujeros de bala en el trasero y cuyo principal pasatiempo, además de pedir dinero prestado a quien se le pone por delante, es soñar despierto con una vida ideal en Babilonia. Allí puede ser un astro del béisbol, tener una bellísima amante, ser dueño de un restaurante mexicano en plenos Jardines Colgantes (donde prepara unos tacos que chiflan al viejo Nabucodonosor) y protagonizar su propio serial televisivo. Y es que en Babilonia, como en general en toda la obra de Brautigan, cualquier maravilla que imaginemos es posible.

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