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Atonía cultural

El cierre de Parking Gallery, una de las escasas salas de arte contemporáneo con que contaba la ciudad, cabe verlo de dos maneras. La primera, como un proceso natural dentro del complicado escenario en el que se mueve hoy el arte. Decenas de galerías abren y cierran a diario en todo el mundo, por lo que la noticia no debería sorprendernos demasiado. La segunda manera trata de entender la repercusión del suceso para una ciudad como Alicante. Es esta última la que nos interesa a nosotros. Cuando Jaime Pérez -uno de los propietarios de la galería- afirma que Parking Gallery no despertaba ningún interés en la ciudad, los alicantinos deberíamos preocuparnos. ¿Qué está sucediendo para que una sala de arte actual no provoque interés en una ciudad de trescientos mil habitantes y que, además, cuanta con universidad?Alicante vive, desde hace años, un proceso de decadencia muy acentuado que también se manifiesta en el campo de la cultura, como no podía ser de otra manera. La actividad de nuestros museos se ha vuelto irrelevante de un tiempo a esta parte. A la vista de sus exposiciones, uno diría que lo único que preocupa a las autoridades es mantener las puertas abiertas de cualquier modo. A este triste empeño parece reducirse todo. La falta de condiciones económicas ha mermado la actuación del MARQ, que en nada se parece a la de sus comienzos. Cuatro años después de su apertura, el Auditorio de la Diputación continua sin un director al frente. Lo mismo ocurre en el Museo de la Universidad de Alicante, en el MACA o en el MUBAG. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a convivir con estas anomalías que serían impensables en cualquier otro lugar con aspiraciones.

Esta falta de seriedad lo dice todo sobre nosotros. Uno tiene la impresión de que Alicante se conforma con ir tirando y ha renunciado a cualquier aspiración de futuro. La falta de proyectos de alguna entidad es total. Veinte años de gobierno del Partido Popular nos han dejado sin ánimo y sin fuerzas y, lo que es más grave, nos han habituado a la mediocridad. No encuentro otra explicación para el momento de debilidad que vive Alicante. Llevamos siete meses de nuevo gobierno municipal -que tantas expectativas había levantado- y nada indica que las cosas vayan a cambiar. Los únicos problemas serios que parece tener la ciudad giran en torno a los belenes de la Navidad y las terrazas de los bares. Como programa de gobierno municipal parece algo pobre.

Alicante necesita con urgencia un plan ambicioso que la saque de su atonía cultural. Hay que devolver la ilusión a la ciudad, y situarla en la modernidad de la que nos alejamos hace años. Pero la tarea corresponde, sobre todo, a los propios alicantinos: debemos cambiar nuestra disposición que se ha vuelto demasiado interesada. No puede ser que en cuanto se habla de convocar un consejo cultural, la primera preocupación sea averiguar cuánto vamos a cobrar. Esas actitudes no son de recibo. Si eso es todo cuanto podemos hacer por Alicante y la cultura, admitamos que es bien poca cosa.

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