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Pilgrim y el lobo solitario

Soy Pilgrim es una novela de espionaje que aspira a thriller policial

Terry Hayes (Reino Unido, 1951) periodista formado en Australia y autor de guiones cinematográficos (Mad Max, más allá de la cúpula del trueno, Calma total o Payback entre otros) se introdujo el verano pasado en nuestras librerías con una novela voluminosa, descomunal, blindada por toda la parafernalia editorial que acompaña a un proyecto de best seller. A las frases publicitarias de rigor en contraportada, solapilla y faja, se unía el añadido de un pequeño opúsculo (31 página) que hubiese sido un auténtico caramelo para cualquier escritor novel que sueña con ver, algún día, su trabajo impreso. En dicha separata se entrevistaba a Terry Hayes, se glosaban los méritos de su trabajo y se descubrían los pormenores de la elaboración de su novela. Entre todo este aparato propagandístico, nada más cierto y contundente que la frase rotulada en la faja: «El único thriller que tienes que leer este año. Por una vez, la pura verdad» (The Guardian). Si tenemos en cuenta que la novela en cuestión, Soy Pilgrim (Salamandra, 2015), posee, nada más y nada menos, que 862 páginas, es lógico pensar que encontrar tiempo disponible a lo largo de 365 días para leer otra cosa, resultaría una tarea titánica. Sobre todo si el lector es un tipo normal, con un trabajo corriente y no se parece en nada al ocioso cronista que firma esta columnilla.

Desconozco, a estas alturas, si Soy Pilgrim se ha encaramado a la cumbre de los superventas para competir con Dan Brown, Joël Dicker o E.L. James. Pero lo cierto es que, en lo que respecta a su calidad literaria o al poder adictivo que plantea su trama, no tiene nada que envidiar ni a un «código Da Vinci» ni a un «aquí te pillo, aquí te cuento mi nueva versión del Kamasutra». Nos encontramos ante un puro producto de entretenimiento, bien urdido, con sus dosis de ingenio, horas de investigación previa a su escritura y un mensaje escalofriante que intenta proporcionar credibilidad a los fantasiosos argumentos sobre amenazas catastróficas que pude padecer la humanidad propias del universo de James Bond. Soy Pilgrim, huelga decirlo, es, fundamentalmente, una novela de espionaje que también aspira a ser un thriller policial, por aquello de seguir el dicho marxista de «más madera» para complacer a un lector hambriento de emociones.

Los trágicos y recientes atentados de París, sin embargo, han proporcionado a Soy Pilgrim una morbosa actualidad. Es la historia de un lobo solitario, un islamista radical, «El sarraceno», curtido en la guerra de Afganistan, que amparado en la inmunidad de su soledad, armado de sus conocimientos médicos y biológicos, de la información «secreta» volcada en Internet, planea un atentado contra el mundo occidental. Pilgrim -el peregrino- es su oponente, el cazador que, ayudado de la tecnología más puntera, ha de abortar cuanto parece el inevitable estallido de un brote masivo de mortífera viruela. El resto es puro Bond con la itinerancia propia del género y los cambios de escenarios de una punta a otra del globo justificada, ahora, menos por el exotismo de los parajes, que por la absoluta necesidad de recurrir a la geopolítica para conocer el mundo que estamos viviendo. Realidades como los contenidos de los archivos de Wikileaks, de las revelaciones de Edward Snowden, laten en esta historia que, el pasado verano, me pareció un mórbido divertimento próximo a la literatura de terror y con sus mismas intenciones, exorcizar los miedos. Ahora, durante este otoño negro que se extiende desde París, que crece funesto en cada telediario, los esfuerzos de Terry Hayes por hacer verosímil su ficción, me parecen una broma macabra que intento olvidar con lo primero que pille a mano: un trago de Martini o la lectura de La tourné de Dios de Jardiel Poncela. Recursos que, lejos de ser una frivolidad, son toda una declaración de principios, un serio compromiso.

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