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Serendipia

Espectáculo ayer, espectáculo hoy

Las técnicas del espectáculo de los primeros cineastas como Méliès o Chomón conectan con los modos de construcción de imagen de los artistas actuales

Destrucción en la película San Andrea. información

Zapping domingo noche: naves gigantes en llamas, rascacielos desmoronándose sobre los transeúntes, criaturas de otra dimensión y el refrito de protagonistas aguerridos de un canal a otro. No cambiaría mucho la cosa si se me ocurriese pisar el cine; los efectos especiales seguirían engullendo al espectador y a cualquier otro film de la cartelera sin pretensiones de blockbuster. El cine actual está pasado de rosca, la estética ha ahogado la mayoría de sus propuestas. Lo que desconozco es si se trata de un desbarajuste temporal y el cine volverá algún día a sus cauces más pausados; o si se trata, por el contrario, de la constatación de un nuevo régimen visual no apto para buenas historias. En todo caso y cualesquiera que fuesen las opiniones al respecto, nunca debería olvidarse que el cine siempre ha sido un espectáculo. En toda su trayectoria nunca ha dejado de sorprendernos con grandilocuentes estrenos -de los films de los Lumière a los de Michael Bay-, ni ha rechazado avances tecnológicos que pudiesen aumentar la sensorialidad de su imagen (como el sonido, el color, el cinemascope o el 3D). Pero es cierto que en estos últimos tiempos parece más preocupado por el empuje de estos significantes que por la calidad de sus guiones. Como si estuviese apelando a sus instintos primarios y cerrando un círculo de regreso a sus orígenes, cuando el cine no era más que un entretenimiento sin mayores preocupaciones que la de asombrar al espectador. Me refiero a los pases de magia y espectros organizados en el siglo XIX por Étienne-Gaspard Robertson (las «fantasmagorías»), o a las transformaciones de un hombre en gorila en las sesiones teatrales de John Henry Pepper (las representaciones del Pepper's Ghost). Pero también a las piezas del «primer cine» de autores como George Méliès o Segundo de Chomón, cuyo afán experimentador radicaba más en la técnica de la ilusión que en lo propiamente narrativo.

Cuando se activan en sus películas los recursos escenográficos (complejos juegos de paneles y tramoyas móviles), los retoques la imagen (fotogramas superpuestos, pintados a mano, etc.) y demás resortes de la magia «analógica» del cine, no sólo nos acercan conceptualmente a las múltiples pirotecnias del Hollywood actual, sino también a sus técnicas modernas de construcción digital. Los estrenos de las compañías Marvel, Disney, Dreamworks, etc., están copados de anonadantes efectos que se han realizado siguiendo en su base los procesos analógicos de los pioneros cinematográficos. Diseñadores contemporáneos de efectos especiales como Dylan Cole o Alan Bielik, fabrican ilusiones a partir de retoques pictóricos y juegos de capas digitales desde el ordenador, pero no existe un salto conceptual entre los fotogramas pintados del «primer cine», con sus imágenes retocadas digitalmente. Cambia el tipo de herramienta, pero funcionan en unos parámetros de la ilusión que, como señalaba, reafirman una vez más el retorno del cine a sus principios básicos del espectáculo: Un asombroso barroco visual por encima de cualquier otro contenido.

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