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Ver cine, del analógico al digital

Ir al cine ha dejado de ser algo cotidiano para ser planificado y ha pasado de ser un fenómeno social a uno individual

Ver cine, del analógico al digital

VHS, DVD, streaming, Blu-Ray son términos que han estado implicados en la evolución de la cinefilia en las tres últimas décadas, una evolución que repasa David G. Panadero en No me cuentes películas, donde diserta sobre el desarrollo de la forma de ver cine.

El libro rinde un tributo velado al VHS, cuya comercialización desplazó al cine de fenómeno social a fenómeno individual. El progresivo abaratamiento de las tecnologías y la facilidad de acceso a los soportes digitales han democratizado el cine y sepultado al VHS, formato que condicionó la forma de hacer cine de los realizadores de los 90.

La desaparición de los videoclubes se debe, según Panadero, a la llegada de los canales de televisión privados y autonómicos. Tras los videoclubes, es el turno de la sala de cine fruto de la burbuja en la que habita el sector. Una burbuja provocada por el incremento del precio de las entradas, el aumento del poder de las distribuidoras con los derechos sobre la película de estreno de turno, el exceso de pantallas en las periferias, las descargas y el visionado doméstico. Todo ello ha convertido al hecho de ir al cine en algo planificado y no cotidiano.

Panadero critica con acierto la política de subvenciones estatales por no contar con distribuidores y exhibidores, que hubieran podido evitar los estrenos testimoniales que buscan percibir las ayudas públicas. Unas ayudas públicas insuficientes hoy en día, ya que si en España son de 33'7 millones, en el Reino Unido son de 120. Esa política provoca que en España (con desgravaciones fiscales del 20%) la producción se concentre cada vez en menos manos y que el productor creativo realice su labor en otros países con mejores desgravaciones (en el Reino Unido son del 30%). De igual modo, la exhibición está concentrada en pocas manos, 18 empresas poseen el 70% de las pantallas y los cines suelen tener más de 10 salas, algo impensable hace 20 años. Ello implica una pérdida de diversidad, puesto que se suelen programar las mismas películas para no perder competitividad.

Durante los años 60 y 70, las producciones escalonaban sus estrenos durante unos dos años, pero ahora no superan los dos meses, de manera que los beneficios se obtienen en las cuatro primeras semanas de exhibición (antaño se le sacaba rendimiento a un filme durante 30 años). Por lo tanto, el éxito comercial ha pasado de necesitar consolidarse a ser inmediato.

En definitiva, un ensayo nostálgico que necesita algo más de orden en su contenido y unas últimas páginas más conclusivas, pero que no por ello deja de ser un libro entretenido.

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