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Regreso a la casa de la palabra

Ícaros desorientados, de Natxo Vidal Guardiola, llega a las prensas tras Sal en los ojos y La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios

Regreso a la casa de la palabra

Ícaros desorientados es el nuevo libro de poemas de Natxo Vidal Guardiola (Monóvar, 1978), quien, además de poeta, es profesor de música y colaborador de la revista electrónica elcoloquiodelosperros.net. Anteriormente, ya habían visto la luz tres libros suyos, Atrás no es ningún sitio (poemas para diez mil kilómetros después) (2006, accésit al VI Premio de Poesía Dionisia García-Universidad de Murcia), Sal en los ojos (2012) y La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios (2013).

Este nuevo libro cuenta con un prólogo de Natalia Carbajosa, que afirma que «Ícaros desorientados es, ante todo, una vuelta a casa. A la casa de las palabras, que es como se ha de llamar a la poesía. A saber, el único hogar en el que las máscaras se resquebrajan y recobramos la oportunidad de reconocernos». La referencia a la mitología clásica queda explícita ya desde el mismo título, pero enseguida el autor desmonta ese clasicismo, concretamente en el poema inicial, que se titula como el libro, ya que supone una puesta al día del mito y compara a los jóvenes actuales con Ícaro, que desobedeció a su padre, Dédalo.

A continuación, el poeta presenta la primera parte del libro, «Cierra los ojos abre la boca ponte de rodillas», en la que incluye veintidós composiciones. Lo que empieza siendo un pequeño cancionero amoroso («Me bastas tú, / una ciudad cualquiera / y un dios al que poder encomendarnos, / hecho de piel, / de carne y de deseo. // Es una lista corta, ya lo sé. / Pero no falta nada») pronto se transforma en una poesía cotidiana (como, por ejemplo, cuando irrumpe la prosa mientras el autor contempla cómo sus hijas juegan al escondite en el parque), urbana y, en ocasiones muy breve: «Han tocado a la puerta y era yo: / he venido a buscarme». El cine y la literatura aparecen de nuevo, como en títulos anteriores de Natxo Vidal, y dejan al descubierto alusiones a Blade Runner y a Monterroso, este último presente en la composición que cierra la primera parte, «Breve historia de amor»: «Yo solo sé una cosa: / un día / despertará y el dinosaurio ya / se habrá marchado. / Ocurre siempre, antes o después».

En la segunda parte de Ícaros desorientados, «El único camino hacia el tesoro», Natxo Vidal incluye veintiséis composiciones que se abren con una larga pieza sobre la impostura en la que alternan la prosa y el verso. En esta serie, además del contenido amoroso e incluso erótico, todavía presente, aparece también cierto tono social e histórico: «Hemos ido a peor, / sin duda alguna». El poeta se sitúa en mitad del panorama cultural y reconoce que se trata de una feria de vanidades a la que, en secreto, le gustaría pertenecer: «Termina el año y no eres tú de nuevo / quien encabeza listas / de autores más vendidos». Hay en esta serie algunas piezas imprescindibles, como la que realiza una interesante relectura de la guerra de Troya (p. 73), el imprescindible homenaje a Taxi Driver (p. 78) o la genial prosa que gira en torno a un inquietante afinador de pianos (p. 79). En realidad, nuestra vida no es más que un paréntesis que se nos ofrece entre la nada que fuimos y la que volveremos a ser: «Y luego nada. / Y otra vez nada y nada más que nada / para siempre».

Como suele ser frecuente en los libros de Natxo Vidal, el poeta reserva siempre un poema para el final, una bonus track, como él mismo la llama en este caso, siguiendo la moda de los discos de música. Se trata de una pieza dedicada a Antonio Gómez Ribelles, que es el ilustrador de la portada. Acompañan a esta última composición un breve diálogo sobre el papel de la poesía en nuestros días («No creo que podamos, los poetas del siglo veintiuno, decir algo que no hayan dicho otros poetas antes, mejores que nosotros. Piensa en Cernuda, en Herbert...») y el inexcusable apartado de agradecimientos, que termina con esta valiosa invitación: «Lo reconozco: me acerqué mucho al sol y no lo vi, y mis alas se quemaron y caí. Pero valió la pena. No dejéis de intentarlo».

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