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Gabriela Ybarra. Escritora. «Al asesino de mi abuelo le preguntaría cómo fue su vida»

El monstruo terrorista vivía escondido en el el día a día de una niña llamada Gabriela Ybarra (Bilbao, 1983)

Gabriela Ybarra. Escritora. «Al asesino de mi abuelo le preguntaría cómo fue su vida»

¿Se aprende a convivir con el dolor? ¿Y con el miedo?

Cuando nací el terrorismo ya existía y crecí naturalizando sus amenazas. Durante mi vida he pasado poco miedo porque he conseguido evadirme del peligro. El dolor, sin embargo, es más difícil de obviar; se transmite incluso a través del silencio. Para aprender a convivir con el dolor, el primer paso es hacerlo visible.

No había nacido cuando asesinaron a su abuelo. ¿Habría cambiado en algo su novela de haberle conocido?

En El comensal no he querido fingir una cercanía que no tenía con mi abuelo. Lo único que he podido conocer sobre él con cierta profundidad ha sido su muerte a través de los periódicos. Tengo sensaciones y reacciones propias de su secuestro y de su asesinato, pero de su vida no. Si nos hubiéramos conocido, tal vez no hubiera necesitado escribir sobre él.

¿Cuál fue el peor bloqueo que la amenazó durante la escritura?

Tuve muchos bloqueos porque a menudo, para seguir la historia, necesitaba descubrir primero algo sobre mí. Lo que más me costó fue darme cuenta de que durante muchos años había metido al terrorismo y a la muerte prematura en el cajón de la ficción.

¿Cuándo vio a un compañero de clase en una fotografía abrazado a unos terroristas fue uno de los momentos más duros de su investigación?

Sí, porque fue lo que me hizo ser consciente del peligro al que había estado expuesto mi familia. Mi padre también fue objetivo de ETA y llevó escolta durante diez años. En este momento es cuando al fin asumo que la amenaza terrorista era real y estaba muy cerca.

¿Hablar del duelo de su madre es una forma de hablar del suyo propio?

Hablar del duelo de mi madre me ha dado pistas sobre cómo me gustaría enfrentarme a mi propia muerte: con sencillez y asumiéndola como parte de la vida.

¿En España aún es tabú el tema de la muerte y el derrumbe físico que conlleva una enfermedad?

Sí, lo es. Los tanatorios están escondidos en carreteras de circunvalación y nos aterra envejecer. La muerte y el derrumbe físico son inevitables, pero preferimos no afrontarlos. Esto nos condena a llevar una vida incompleta y a no saber encarar la enfermedad cuando llega.

¿Cómo le quedó el cuerpo al terminar la novela?

Terminé la novela cansada, pero con la satisfacción de haber conseguido darle un sentido a la muerte de mi madre y a mi herencia familiar.

¿Qué le diría o qué les preguntaría a los asesinos de su abuelo si los tuviera delante?

Les pediría que me contaran su vida: cómo fue su infancia, su juventud y qué les llevó a matar.

¿Estuvo tentada de tirar la toalla con la novela?

No, desde el principio tuve claro que esta historia era importante para mí.

¿Tiene cabida el humor entre tanto sufrimiento?

Sí, el humor es necesario. Yo creo que en El comensal hay momentos de humor. Durante la enfermedad de mi madre los hubo.

¿Cuánto tiempo necesitará el País Vasco para curar sus heridas?

Será un proceso lento. El asesinato de mi abuelo ocurrió hace casi 40 años, su herida aún no está cerrada y sigue afectando a sus nietos.

¿Tuvo algún modelo literario en mente?

Tuve presentes varios textos: el respeto con el que Joan Didion trata a su marido y a su hija recientemente fallecidos en El año del pensamiento mágico y en Noches azules, un poema de Elizabeth Bishop titulado One Art sobre el arte de perder y Nox, el diario de duelo de Anne Carson por la muerte de su hermano a quien apenas conoció.

Cuando ve que terroristas publican libros sobre su experiencia desde un presunto arrepentimiento, ¿lo respeta o le ofende?

Lo respeto, creo que todo el mundo tiene derecho a contar sus experiencias. Además, si estos relatos son honestos, pueden ser muy útiles para comprender qué es lo que lleva a una persona a matar.

¿Las lágrimas limpian la mirada de un escritor?

Las lágrimas son necesarias, pero no producen la mejor literatura. Hay que escribir después de llorar.

¿Qué recuerdo de su madre le hace sonreír?

Muchísimos. Mi madre y yo teníamos una relación muy estrecha. En el año 2000 abrió un cibercafé y me resulta divertido imaginarla no sólo como mi madre, sino también como la madre de todos los muchachos que se acercaban cada tarde a su local para jugar al Counter Strike.

Ahora que se ha liberado, ¿sabe cómo será su siguiente libro?

Tengo ideas para tres historias muy diferentes en las que creo que habrá más ficción. Veremos cuál se impone. La familia es un tema que me sigue interesando.

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