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Doble vida

En la novela Doble ictus y en el poemario Cartas a Thompson (Island), Joaquín Campos entrega una doble ración de intimidad confesional

Doble vida

No es habitual que una sola experiencia sirva de inspiración a dos obras. Esa extrañeza aumenta si dicha experiencia se limita a un desengaño amoroso y si las dos obras pertenecen a distintos géneros literarios: en este caso, la novela Doble ictus y el libro de poemas Cartas a Thompson (Island), ambos publicados por Renacimiento. Cierto es que el desdén de Beatrice Portinari le permitió a Dante concebir nada menos que la Vida nueva y la Divina Comedia, pero reconozcamos que eran otros tiempos. Joaquín Campos (Málaga, 1974), que ha sido cocinero antes que fraile, y que actualmente se desempeña como chef en Camboya, constituye una gozosa excepción a esa regla. Sin embargo, su escritura torrencial y adictiva no se caracteriza por la mística subjetiva del neoplatonismo, sino por una vocación de autenticidad que se regodea en los asuntos cotidianos y banales, ligeramente melancólicos y abiertamente obscenos.

Doble ictus se inicia con un rotundo aviso para navegantes: «Siento ser tan explícito». Desde ese momento asistimos a la autopsia de una relación amorosa contada en primera persona, y en la que el autor se atreve a definir un sentimiento que Lope de Vega dejó al arbitrio del empirismo: «Porque cuesta más digerirlo que admitirlo. Como el marisco en mal estado. Porque el amor, como el opio, adormece, atonta e intoxica, ya seas la sartén o el mango de la misma». Junto con el análisis de las pulsiones del alma, esta novela ofrece la crónica de una doble alteridad: la del narrador, un español que intenta sobrevivir con un negocio de hostelería en Camboya, y la de Flower, una abogada norteamericana que trabaja en el tribunal de la ONU que juzga a los Jemeres Rojos. No obstante, el tema de Doble ictus no es la fractura de la identidad ni el retablo de una sociedad abandonada a su suerte, aunque ambos aspectos asomen en estas páginas. La narración se centra en una pasión tóxica, que avanza mediante generosas raciones de sexo y alcohol, y que hace suyo el lema «ni contigo ni sin ti». Aunque algunos pasajes de Doble ictus entroncan con esa novelística que Rousseau aconsejaba leer con una sola mano, el principal interés del libro no reside en la pormenorizada descripción de los encuentros y desencuentros eróticos de los protagonistas, sino en la autoconciencia creativa que despliega el escritor. Joaquín Campos sabe que está convirtiendo en literatura un fragmento de su biografía, y que esa metamorfosis garantiza que la efervescencia sensual sobreviva a los estragos del tiempo, una vez que la herida en carne viva acabe de cicatrizar: «Doble ictus [...] nació con tres metas: homenajear a Flower, un milagro no cotidiano; continuar con mi trabajo como escritor, probándome con unas memorias recientes; y saltarme todas las reglas de la legalidad contando cada detalle con pelos y señales». Misión cumplida.

La última parte de Doble ictus se sitúa en Boston, adonde el narrador acude no tanto para reconquistar un amor perdido como para enterrarlo definitivamente. El libro termina con una ensoñación nostálgica frente a la deshabitada isla de Thompson. Y precisamente Cartas a Thompson (Island) se titula la segunda parte del homenaje a Flower, aquí presentada bajo el nombre de Forest. Con todo, este poemario no aspira a reconstruir retrospectivamente la materia de la anterior novela, ni a lirificar sus excesos prosaicos. El recuerdo funciona como hilo conductor de una serie de viñetas introspectivas, oníricas y paisajísticas, en las que se filtran las secreciones corporales y la «estética de los fluidos» propia del autor. Con un pie en Bukowski y el otro en Carver, Joaquín Campos canta al panta rei de Heráclito («Todo fluye, / hasta la derrota»); utiliza la copla como plantilla intertextual«Yo vine en un barco / de nombre extranjero»); e incluye una poética desesperada en la que se condensa una cosmovisión nihilista: «Las poesías no riman; / y si riman, háganselo ver, / porque los apellidos no riman, / porque el sentimiento no es métrico / y el infarto suele ser único». En unos tiempos en los que predomina la autoficción -esa prima timorata y algo acomplejada de la autobiografía-, el autor entrega un doble testimonio vital a tumba abierta. No sé si la sinceridad está sobrevalorada, como suelen afirmar -en un arranque de sinceridad- los escépticos. En todo caso, estos dos libros de Joaquín Campos aportan un digno alegato a favor de Venus y de la capacidad redentora de la memoria.

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