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Cien años sin Giner de los Ríos

Una cuidada edición de textos fundamentales del filósofo, pedagogo y ensayista en el centenario de su muerte

Cien años sin Giner de los Ríos

Este año se cumplen cien desde que Francisco Giner de los Ríos murió en Madrid, con una ingente labor intelectual y pedagógica a sus espaldas. Es notable la escasa difusión de la efeméride, al menos entre esa opinión pública cuyos poderes fascinaban al pensador de Ronda. La escasez no hace más que continuar la injusta recepción de su obra, oscilante entre el absoluto olvido y la memoria simulada. Su creación más célebre, la Institución Libre de Enseñanza, le sobrevivió hasta su relativa apoteosis en la Segunda República y su destrucción tras la guerra civil. La España constitucional recuperó parte de su legado, al mismo tiempo que administradores y pedagogos lo mantuvieron y mantienen a raya, fuera de sus reformas educativas. La historiografía al uso ha insistido hasta el empacho en presentar su figura intelectual como el producto más depurado del krausismo. Ciertamente, bajo el magisterio de Sanz del Río, Giner militó en las filas de esa exótica escuela cuyo enfrentamiento con el neocatolicismo montañés de Menéndez Pelayo y todos los demás dominó el espacio intelectual español durante décadas, condenando al silencio a quienes cultivaron el mejor pensamiento crítico. Pero los textos acertadamente seleccionados por Gonzalo Capellán para esta edición nos revelan un Giner irreductible a ese juego. Más allá de los ídolos germanos del krausismo, en mezcla indigesta con un sui generis positivismo evolucionista, el pensador exhibe una curiosidad insaciable. Impresiona su familiaridad con una heterogénea bibliografía en distintos idiomas y su permanente disposición a entrar en debates entonces emergentes como la relación entre Nietzsche y el anarquismo, que cierra la antología. Muy lejos de la invencible erudición del polígrafo santanderino, con cuyo respetuosa enemistad siempre contó, Giner despliega la suya al servicio de una dialéctica que le mueve a discutir con lo mejor de su época: Comte, Tarde, Dilthey, Renan, Stuart Mill, Spencer, y un largo etcétera, que sólo se detiene ante el muro de autoridad de los juristas germanos nutridos en el misticismo de Krause, como Ahrens, a quien reproduce en Los principios elementales del derecho, que abren esta antología. Los ensayos sobre la persona social, la función social de la ciencia o las relaciones entre ésta y la religión testimonian una infatigable capacidad lectora y un pensamiento lleno de sagaces intuiciones, aunque inflexible en su espinosa tópica del sujeto colectivo o del sentido común histórico, que repetirán a coro muchos de sus discípulos. La política antigua y la nueva, el texto más amplio, escrito durante el sexenio revolucionario y reeditado en la Restauración, resume las virtudes y limitaciones de su ideario político y social. Entre las críticas oportunamente recogidas en el apéndice de esta edición, el kantiano Manuel de la Revilla subrayó la esterilidad de un pensamiento obsesionado por sintetizar las doctrinas más encontradas. Sus defensores, desde Joaquín Costa, siempre han justificado esa obsesión en su capacidad excepcional para unir pensamiento y acción. El argumento, reflejado en el título de esta edición, repite una sesgada y poco ilustrada percepción de las relaciones entre teoría y práctica, que aleja a Giner del contexto filosófico europeo y contribuye a mantener su apolillado retrato de figura quijotesca, o como dijo Américo Castro, «un santo de corte hispánico». Los escritos de esta antología elevan a su autor muy por encima de los lugares comunes de sus albaceas críticos y obligan a admirar la fecundidad y honestidad de su pensamiento en marcha. Casi tanto como a lamentar que aún hoy, cien años después, siga siendo una excepción.

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