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Un lugar al que volver

J.R. Moehringer presenta su nuevo libro, El bar de las grandes esperanzas, tras ganar el Pulitzer

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Recuerdo haber leído con el pulso acelerado Open, la magnífica biografía de André Agassi. Recuerdo los giros en la historia, los inteligentes saltos en el tiempo y lo bien narrada que estaba. Y lo que mejor recuerdo es la pregunta que flotaba en mi mente durante toda la lectura: «¿Quién habrá ayudado a Agassi a escribir esto? Es más, ¿quién se lo habrá escrito?». No situaba al tenista en la nómina de deportistas de élite capaces de desarrollar una faceta cultural relevante o medianamente significante, y acerté al saber que detrás de la «autobiografía» estaba el periodista J. R. Moehringer. Después de escribir la biografía del tenista, Moehringer ha escrito la suya propia en El bar de las grandes esperanzas. El bar está situado en Manhasset, la barriada de Nueva York donde se crió el propio autor, y la historia que cuenta, más allá de sus avatares personales, es la historia de todos y cada uno de nosotros, porque es la destilación de una vida ordinaria narrada con maestría.

JR, el protagonista, crece con el fantasma de un padre ausente al que solamente puede oír en la radio -es locutor, y todos se refieren a él como «La Voz»-, con una madre a la que siente que ha de proteger y una familia que, como todas, es un completo desastre. En ese caldo de cultivo, los hombres del Dickens, pues ese es el primer nombre del bar, serán su modelo. Son hombres hechos en un mundo que ya no existe, hombres duros con una filosofía de vida sencilla y cuatro reglas básicas sobre el honor, el amor y la amistad que, de tan simples les convierten casi en niños. El Dickens, que después pasará a llamarse Publicans, representa una arcadia feliz, un edén donde todo lo importante ocurre y que promete la revelación de los secretos más valiosos al franquear sus puertas. Cuando JR realiza el rito de paso de ser admitido en el local, el bar sigue siendo el centro sentimental de la historia de su vida. Por allí desfila un catálogo de dipsómanos, de gente que bebe en serio, que aparecen y desaparecen de la vida. Moehringer mientras crece, se muda de estado, se inicia en la universidad, encuentra y pierde el amor, aprende a ser periodista y sucede, simplemente, la vida entera.

Pero, sin ser una vida rica en instantes emocionantes, momentos álgidos, complejidades catárticas ni otros fuegos de artificio novelescos, la virtud de El bar de las grandes esperanzas es que está escrita con una gran belleza y un lenguaje sencillo: con pocos elementos más que los que puede haber en la vida de cualquiera de nosotros, arma un relato que habla de un bar, sí, pero también del sentido de pertenencia y de cómo lo necesitamos, de la manera de afrontar la tristeza y el color gris de lo cotidiano, de cómo reaccionar cuando se destapa nuestra parte más ruin y mezquina y de la posibilidad, que siempre queda abierta, de tener un lugar al que volver. Un lugar con el ambiente viciado, un borracho en cada taburete y una juke box escupiendo temas pasados de moda. Pero un lugar nuestro, al fin y al cabo. Nuestro lugar.

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