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Serendipia

Conflictos en la web profunda

Tras el 11-S, las agencias de defensa de EE.UU. han utilizado Internet para socavar la privacidad

Conflictos en la web profunda

El esquema es sencillo: por encima de todo se encuentra la surface web; la cara amable que todos conocemos de buscadores, páginas web y redes sociales que la mayoría utilizamos habitualmente para rastrear información o conectar con el prójimo. Por debajo de ésta, es decir bajo plataformas como Youtube, Facebook, Hotmail, etcétera, se encuentra lo que se conoce como la deep web, una ingente extensión de información que representa todo el contenido no indexado en la «superficie». Un vasto páramo (500 veces mayor que el superior) de datos bancarios, administrativos, gubernamentales, corporativos, etc, que, por su inabarcable y continua profusión en diferentes formatos digitales, no puede ser registrado por los buscadores habituales (Google, Yahoo, Bing y demás).

Con un poco de pericia y algunos programas de «código abierto» (programas de uso libre) uno podía hasta hace poco circular fácilmente por la deep web sin dejar rastro. Lo habitual era usar una «puerta de entrada» como el programa Tor para encubrir la dirección de nuestro ordenador personal (la IP) y, una vez dentro de alguna de las páginas o foros de la deep web, comerciar con una moneda digital igualmente «discreta», conocida como bitcoin. Un formato monetario encriptado y fuera de los cauces regulados por los bancos y gobiernos, difícil de rastrear para las fuerzas de la ley. Pero en la actualidad, y tal y como deja entrever el documental sobre el antiguo empleado de la CIA Edward Snowden, Citizenfour (Laura Poitras, 2014), existen muchas probabilidades de que la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (la NSA) haya conseguido quebrar los códigos del Tor descubriendo así las identidades de los usuarios que buscan el anonimato.

Este documental, así como el reciente Deep Web (Alex Winter, 2015), resultan indispensables si se quiere comprender hasta que punto los Estados Unidos han metido las narices en el orden global. El primero analiza la liberación de los documentos sobre la prácticas de intervención ilegal de la NSA, con el mismo Snowden como protagonista antes y después del caos mediático y político desatado por sus actos y su posterior exilio a Rusia acusado por traición. En su valiente decisión, Snowden lo tenía todo planificado y, mientras liberaba la información, iniciaba el rodaje del documental en la habitación de un hotel en Hong Kong con la directora y los periodistas Glenn Greenwald y Ewen McAskill. El segundo documental, ahonda en la captura y el juicio de Ross Ulbritch, uno de los administradores del mercado online de narcóticos más conocidos de la deep web (Silk Road), y en su particular filosofía del libre comercio y el uso de Internet para frenar las guerras de drogas.

Las conclusiones de ambas producciones respecto a los abusos de EE UU se asemejan tanto como sus estremecedoras prácticas. No se trata de la «guerra contra el terror», ni de la guerra contra el narcotráfico. Tal y como demuestran las filtraciones de Snowden (corroboradas por Greenwald y McAskill), el grueso de las interceptaciones de la NSA respondía a la captura de comunicaciones entre múltiples empresas y corporaciones internacionales, y a la captura de información sobre políticos y estadistas de otros países. Tal y como prueban los periodistas de la revista Wired (Andy Greenberg), durante la gestión de Ulbricht al frente del mercado narco Silk Road se produjo un significativo descenso de los asesinatos por drogas en EE UU. Y tal y como demuestran en conjunto ambos documentales, la violación de los derechos de privacidad individual (adiós a la «cuarta enmienda») por parte del estamento estadounidense son una constante con un cariz más económico que defensivo.

Lejos de pedir disculpas o, cuanto menos, admitir los hechos, los servicios de defensa se apañan con las cortes penales para frenar y diluir cualquier afrenta a su sistema. Aún hoy se desconoce, por ejemplo, cómo los agentes del FBI encontraron a Ulbritch, sin saltarse las leyes internacionales de espionaje que ellos mismos condenan, y sin allanar de estraperlo los servidores online de otros países. La fiscalía determinó que no era un dato relevante para el juicio de este antiguo administrador de Silk Road. Ulbritch cumple desde hace unos meses cadena perpetua sin derecho a libertad provisional. Snowden sigue exiliado en Rusia.

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