Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Estilo rico, estilo pobre

Cirugía y traumatología del lenguaje

Luis Magrinyà desmonta la pretenciosidad del lenguaje rebuscado y defiende los usos simples y directos

Cirugía y traumatología del lenguaje

Decía William Faulkner que para escribir solo le hacían falta «papel, tabaco y un poco de whiskey». Aunque con tan cortas exigencias alcanzó el Nobel (y la inmortalidad), parecen hoy escasas armas para convertir a un ciudadano del común en escritor de éxito, a juzgar por la cantidad de libros que hay en el mercado o gratis en Internet para enseñar o pretender enseñar las habilidades imprescindibles o necesarias antes de teclear. Hay que contar con un diccionario (y mucho importa cuál sea, no todos valen), con una gramática (lo mismo) y con docenas y docenas de manuales sobre incorrecciones del lenguaje escrito, nuevas reglas, normas recién dictadas, cambios semánticos, sintaxis de ahora mismo, pragmática y el copón de la baraja. Tal parece que leer a los clásicos (modernos o antiguos), anotarlos y estudiar cómo resuelven un problema narrativo, pillar los trucos del idioma, explorar, tachar y llenar la papelera de reciclaje ya no es suficiente para triunfar con una gran novela. En fin, cada cual se gana la vida como puede: por ejemplo, escribiendo sobre cómo triunfar escribiendo.

No es el caso de este libro de Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960), traductor, lexicógrafo para el Diccionario de la RAE, director de una magnífica colección de clásicos para Alba Editorial, autor de relatos y novelas, con unos cuantos premios ya. Su subtítulo (Todas las dudas: guía para expresarse y escribir mejor) acaso pueda inducir a engaño, pues solo su segunda parte es cierta. No se aclaran en sus páginas «todas» las dudas que a cualquier escribiente o lector le surjan, pero sí se discute, con ejemplos ricos y abundantes, si esta expresión es correcta y bien traída, si aquella es una repetición innecesaria, si sobra ese lugar común, si un párrafo es de estilo «literario», forzado, o es menesteroso y mueve a pena. No es tampoco una de esas cosas tipo Las 101 cagadas del español (sí, hay un libro que así se titula, firmado por María Irazusta), donde se hace burla de las meteduras de pata más habituales en castellano. Es, por concluir, un libro de discusión sobre lo que nos tragamos al leer pensando que es jamón y resulta tocino revenido, un libro sobre el uso del lenguaje por muy afamadas plumas de escribidores que echan borrones o de esas revistas que andan por ahí. La lengua es del pueblo y tal, ya se sabe y tanto se repite: será lo que sus usuarios quieran que sea. Pero, como afirma el prólogo el académico de la RAE José Antonio Pascual, «casi todos tenemos brazos y piernas y no nos creemos ni traumatólogos ni cirujanos». Casi todos hablamos, pero grandes memeces decimos sobre la lengua con eso de que la lengua es de todos.

A veces, un pretendido «estilo rico» se confunde con un «estilo que suena a literario», con un estilo que nunca fue de gasto en hablante alguno. Fíjense en «poseer», que mil veces se prefiere al modesto «tener», pues goza de mayor prestigio, el prestigio (falso) del nuevo rico, hasta dar lugar a afectadísimas expresiones como la de Almudena Grandes cuando escribe: «Poseía un pequeño pene tonto y encogido». En cuántas ocasiones se evita repetir el verbo «decir» en los diálogos de los personajes de una narración y da lugar a traer por la fuerza a alguno de los llamados «verbos declarativos»: «empezar, continuar, seguir, proseguir, añadir, agregar, terciar, exclamar, apostrofar, instar, susurrar, murmurar, reír, alegrar, profetizar?» o «ladrar, rebuznar?» (Lo que no ocurre en inglés, pues con el «said» van que chutan, pues no se lee, como no se leen las comillas, pongamos por caso). ¿Nos hemos parado a visualizar la locución tan frecuente «sacudir la cabeza»? ¿Cuántos héroes, cuántas heroínas de novelas «sacuden la cabeza» que es un primor, contradiciendo por ello su pretendido carácter dizque romántico? Nos cansamos de ver cómo las fórmulas «se refirió a» o «aludió a», que antes iban seguidas de sustantivos simples, pasan hoy a usarse como «refirió» o «aludió», así, sin más. ¿No habría que detenerse antes de usar ese tan frecuente «repuso»? O el «espetar» que ya vale para todo, aunque nada espete: «Vanda, dame las llaves -espetó Neri» (líneas de Carlos Ruiz Zafón, uno de los escritores a los que más zahiere Magrinyà, pues sus citas nunca son para bien: como tampoco las de Jorge Volpi). ¿Se debe decir «tamborilear los dedos», «tamborilear con los dedos», solamente «tamborilear», se «tamborilean» otros objetos? ¿Qué decir de quienes emplean «perlar», palabra tan lejana del lenguaje coloquial o «tintinear» o «tintinar» para intentar colarnos un rico estilo más pobre que las ratas?

El estilo pobre lleva a que se use «hacer lo correcto», «en el lugar apropiado y en el momento oportuno», «ha venido para quedarse» y otros anglicismos torpes y atravesados, como el ya muy popular «gracias por su tiempo», en lugar de lo que sería la llana construcción «gracias por atenderme», por ejemplo. Qué significará «respirar pesadamente», ya que lo usan los escritores tanto para los rotos lacerantes como para los descosidos suaves. ¿Es lo mismo «ruido» que «sonido»? Páginas y páginas se llenan con «no hay problema» o «no supone la menor diferencia», frente a los correctos «no es relevante, importante, no cambia nada, es indiferente, no pasa nada?» (Consigno que Magrinyà no solo presenta, con humor, tanto redichismo: añade soluciones al alcance de cualquiera). ¿Qué aportan expresiones como «de pie» o «sentada», cuando no hacen ninguna falta, como aquellos chicos que «se quedaron de pie en la puerta (?), se quedaron de pie en el jardín», como escribe Corman McCarthy? Lo relevante sería que se quedaran de otro modo. ¿Sirve «habitación» para todo y vale «estancia» hasta para un cuarto de baño (lo hace Zafón, pág. 174). No: «en cuestiones de estilo, los automatismos no son bienvenidos». Ni siquiera cuando parece respaldarlo un diccionario: cuántas críticas al DRAE. Ni siquiera cuando habla el líder del PP gallego: «Ustedes no merecen sus actas de diputados» (¿cuántas actas tenían cada uno?). Ni siquiera cuando escribe García Márquez: «Los obreros habían obedecido la orden de evacuar la estación, y se dirigían a sus casas en caravanas pacíficas» (¿cuántas casas tenía cada obrero?). Ni siquiera cuando lo hace el propio Magrinyà, pues pasajes de su Los aéreos expone como «usos lamentables» (veáse la página 183). Lectura para lectores. Lectura para aviso de inadvertidos. El haz y el envés del lenguaje.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats